Corre un mito que asegura que los hombres piensan en "ya sabes qué" con demasiada frecuencia. Cada siete segundos, según algunas versiones.
La mayoría de nosotros hemos examinado esa aseveración con la suficiente detención como para ser escépticos. Sin embargo, en lugar de limitarnos a preguntarnos si esto es cierto, detengámonos a pensar cómo podría demostrarse esta premisa. O descartarse.
Si sacamos la cuenta, pensar en el sexo cada siete segundos sumaría un total de 514 veces por hora. O aproximadamente 7.200 veces durante el tiempo en que se está despierto.
¿Es mucho? A mí me parece una cifra muy grande, imagino que es más grande que el número de pensamientos que tengo acerca de cualquier cosa en un día.
Esto da pie a una pregunta interesante: ¿cómo es posible contar el número de pensamientos propios o de los demás (sexuales o no) en el transcurso de un día?
Los psicólogos denominan los esfuerzos científicos para medir los pensamientos como "muestreo de experiencias". Consiste en interrumpir a las personas mientras llevan a cabo sus actividades diarias y pedirles que registren los pensamientos que tienen en el momento dado, en el lugar determinado.
Un clic por pensamiento
Terri Fisher y su equipo de investigación de la Universidad Estatal de Ohio hicieron esto utilizando "contadores de clics".
Se los dieron a 283 estudiantes universitarios divididos en tres grupos y les pidieron que presionaran y registraran cada vez que pensaran en sexo, comida o sueño.
En el estudio, el hombre promedio tenía 19 pensamientos sobre sexo al día. Una cifra mayor que la de las mujeres, que registraban aproximadamente 10 pensamientos al día.
Sin embargo, los hombres también tenían más pensamientos sobre la comida y el sueño, lo que sugiere que quizás los hombres son más propensos a tener impulsos complacientes en general. O les parece que cualquier vaga sensación cuenta como si fuera un pensamiento. O una combinación de ambas.
Lo interesante del estudio fue la gran variación en el número de pensamientos. Algunas personas dijeron que pensaban en sexo solamente una vez al día, mientras que uno de los entrevistados registró 388 clics, lo cual equivale a un pensamiento sexual cada dos minutos.
Sin embargo, el gran factor de confusión en este estudio es el "procesamiento irónico", conocido más comúnmente como el "fenómeno del oso polar".
Si quiere jugarle una broma cruel a alguien, dígale que levante la mano y que solo la baje cuando haya dejado de pensar en un oso polar. Una vez que se empieza a pensar en algo, tratar de olvidarlo sólo lo trae de nuevo a la mente.
Esta es exactamente la situación en la que se encontraban los participantes del estudio de Fisher.
Imagíneselos saliendo del departamento de psicología, con el contador en la mano, tratando de no pensar en el sexo todo el tiempo, pero al mismo tiempo esforzándose por recordar que tenían que presionarlo cada vez que pensaran en el tema.
Apuesto que el pobre hombre que lo presionó 388 veces fue víctima tanto del diseño experimental como de sus impulsos.
Siempre en mi mente
Otro modelo, utilizado por Wilhelm Hoffman y sus colegas, consistía en entregarle teléfonos inteligentes a adultos alemanes voluntarios, que estaban configurados para enviarles notificaciones siete veces al día a intervalos aleatorios durante una semana.
En este caso les pidieron que registraran qué aparecía en sus pensamientos más recientes cuando recibían la alerta aleatoria. La idea de que la responsabilidad de recordar recayera en un dispositivo dejaba la mente de los participantes más libre para vagar.
Los resultados no son directamente comparables con los del estudio de Fisher, ya que el número máximo de pensamientos sobre el sexo que una persona podía registrar estaba limitado a siete veces al día.
Pero lo que está claro es que las personas pensaban en el tema con mucha menos frecuencia que lo que indica el mito de los siete segundos. De hecho, registraron un pensamiento sexual en la última media hora aproximadamente el 4 por ciento de las ocasiones, lo que supone aproximadamente una vez por día, en comparación con las 19 veces del estudio de Fisher.
El verdadero impacto del estudio de Hoffman es la poca importancia relativa del sexo en los pensamientos de los participantes.
Las personas decían que pensaban más en la comida, el sueño, la higiene personal, el contacto social, el tiempo libre y (hasta cerca de 17:00 horas) en el café.
Ver televisión, consultar el correo electrónico y otras formas de uso de los medios de comunicación también se imponía sobre el sexo durante todo el día.
De hecho, el sexo pasó a ser un pensamiento predominante sólo hacia el final del día (alrededor de medianoche), y aún así estaba sólidamente en segundo lugar, detrás del sueño.
Sin embargo, el método de Hoffman también está contaminado por un fenómeno del oso polar, porque los participantes sabían que en algún momento durante el día se les pediría que registraran lo que habían estado pensando. Esto podría llevar a sobreestimar algunos pensamientos.
Por otra parte, es posible que las personas hayan sentido vergüenza de admitir que habían tenido pensamientos sexuales durante todo el día y, por lo tanto, no los registraron por completo.
1, 2, 3, 4, 5, 6, sexo
Así que, aunque podemos descartar con seguridad eso de que el hombre promedio piensa en el sexo cada siete segundos, no podemos saber con certeza cuál es la frecuencia verdadera.
Es probable que varíe ampliamente entre unas personas y otras y en una misma persona dependiendo de las circunstancias.
Además, la situación se complica aún más por el hecho de que con cualquier esfuerzo para medir la frecuencia de estos pensamientos se corre el riesgo de alterarlos.
También existe la complicada cuestión de que los pensamientos no tienen ninguna unidad natural de medida. Los pensamientos no son como las distancias, que se pueden medir en centímetros, metros y kilómetros.
¿Y qué constituye un pensamiento, en todo caso?
¿Qué tan grande tiene que ser para que se tenga en cuenta?
Mientras leía esto, ¿ha tenido uno o varios pensamientos, o no ha tenido ninguno?
¡Son muchas cosas en qué pensar!