Yo vi jugar a los argentinos
Yo siempre le dije, jefe, y desmiéntame si quiere, que la plata estaba en Canadá. Que allá, en el primer mundo, se nos iba a destapar José Sulantay.
Por Aldo Schiappacasse desde Venezuela.
Oiga jefe, como mera curiosidad, ¿hasta cuándo vamos a tener que acceder al especial de la Copa América haciendo un clic sobre la cara de Reinaldo Navia? ¿No tenemos una fotito de Messi o de Robinho para variar? Digo, con todo respeto.
Yo siempre le dije, jefe, y desmiéntame si quiere, que la plata estaba en Canadá. Que allá, en el primer mundo, se nos iba a destapar José Sulantay. ¿Cuántas veces le imploré, jefe, que me mandara al Mundial? Escribiría todos los días de fútbol -que es lo que quiere el aficionado duro, como lo define usted- y todo tendría ese manto de optimismo que tanto gusta al público en general. Lo que es yo, aquí en Maracaibo, seguí el Marcador Virtual con el alma en un hilo, y con la sensación aquella de estarme perdiendo, en imágenes, la más notable actuación de un equipo chileno en los últimos tiempos.
No es que me queje (usted sabe que yo no hago eso, jefe). Las dificultades de Venezuela para organizar la Copa América quedaron al descubierto el jueves con el traslado masivo de gente a Maracaibo, el escenario de la súper final. Colapsó Maiquetía -el aeropuerto de Caracas- y honestamente vi gente muy malhumorada. Los locales -tipos bullangueros y expresivos- ante el stress del aeropuerto pierden la paciencia como todo el mundo, sobre todo si tienen que lidiar contra los periodistas argentinos que no quieren perderle pisada a su selección. Hubo tensión, le cuento. Y calor, y peleas y malos tratos. Nada serio, aunque mucha gente pudo terminar presa.
Y aquí estoy, en una ciudad también colapsada, jefe. En un hotel que sospecho en épocas normales se destina al amor con minutero, con un letrero en la puerta que dice que cuando esté en mi habitación ponga el pestillo y cuando salga no deje nada de valor. Con una alarmante advertencia en el baño que me habla de "precauciones" con el agua potable (sin especificar cuáles) y escribiendo esta columna entre la escalera de incendios y al lado del generador, porque el wi fi no alcanza para todos los rincones del recinto.
¿Sabe qué, jefe? No me importa. O sea, lamento no haber visto el gol de Vidal ni su expulsión de último minuto, las tapadas de Toselli y los arranques de Sánchez y Vidangossi. Lamento no saber qué puntos calza Nigeria. Yo al menos, jefe, volveré a ver jugar a los argentinos de Basile, y eso no compensa, pero ayuda.
Sé que me va a retar por la objetividad y todas esas cosas que tantas veces hemos conversado de las camisetas, jefe, pero en esta final yo voy como hincha. A mi me gusta el equipo del Coco. Tanto que hoy voy a ir a puro verlo entrenar. Es una máquina devorada de rivales, una escuadra seria defensivamente e impresionante en sus individualidades. Con Riquelme en su mejor punto, Messi a punto de estallar como una megaestrella y Tévez regalando magia y complicando un eventual retorno de Crespo.
Dígale a sus enviados especiales a Canadá que no me gustan nada sus antipáticas bromitas y que yo no me pico. Que disfruten el momento, que vivan -a todo lujo- las bondades del Mundial. Que se ilusionen con el título mundial que esos cabros chicos han prometido, que griten fuerte cada gol, que me actualicen rápido la información. Ah, y dígale también a su personal en Santiago que yo todavía existo, perdido en algún punto de Venezuela.
Yo me quedaré acá, saltando sobre las cucarachas de la tina, con la sensación de ser un protagonista invisible de la hazaña distante. Pero al menos tendré el consuelo de haber visto jugar a los argentinos.