Así ve la BBC a los encapuchados chilenos

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Autor: Cooperativa.cl

El medio analizó su presencia y efectos en las marchas en el país.

Académicos entregaron luces sobre sus motivaciones y origen.

 Archivo UPI

La gran mayoría marcha pacíficamente, pero a menudo las protestas derivan en actos de violencia.

Aparecen en casi todas las manifestaciones en la capital chilena, Santiago, y en otras ciudades del país y lanzan piedras, cócteles molotov e incluso ácido a la policía.
Pintan grafitis y atacan a los periodistas que tratan de filmarlos o fotografiarlos.

Son los "encapuchados". Y se han convertido en una característica de las protestas que han sacudido a la sociedad chilena en los últimos dos años.

Durante ese tiempo, los estudiantes han protagonizado decenas de manifestaciones en todo el país.

Ambientalistas, activistas de los derechos de los homosexuales, mineros del cobre y miembros de las comunidades indígenas de Chile también han salido a las calles para expresar sus reclamos.

La gran mayoría marcha pacíficamente, pero a menudo las protestas derivan en actos de violencia.

Pequeños grupos de jóvenes, con sus identidades ocultas bajo capuchas y bandanas, se enfrentan a la policía, que suele responder con gases lacrimógenos, garrotes y cañones de agua.

Miles de personas han sido arrestadas y cientos han resultado heridas.

"Impacto desproporcionado"

La cobertura mediática de las protestas tiende a centrarse en los enfrentamientos en lugar de las marchas pacíficas que los preceden.

Como resultado, las cuestiones en juego –el medio ambiente, la igualdad de género, los derechos de los indígenas y sobre todo la educación– a menudo son pasadas por alto.

En cambio, el debate se centra en las tácticas policiales y de orden público.

Los líderes del movimiento estudiantil son muy conscientes de esto.

Las encuestas de opinión muestran consistentemente que mientras muchos chilenos apoyan sus demandas de reformar la educación, deploran la violencia y el vandalismo que acompañan a las marchas.

"Lo importante para nosotros es seguir hablando de la educación", dice Andrés Fielbaum, presidente del federación de estudiantes de la Universidad de Chile. "Tenemos que recordar que las personas que causan la violencia son menos del 1% de las personas en las marchas".

Eso es cierto, pero ese "menos del 1%" tiene un impacto desproporcionado en los medios de comunicación, y empaña la reputación de todo el movimiento.

"Lucha frontal contra el sistema"

¿Quiénes son los encapuchados y qué es lo que quieren?

Gabriel Salazar, historiador de izquierda y profesor universitario que ha seguido las protestas de los últimos dos años, identifica a dos subgrupos dentro de sus filas.

"La gran mayoría es de los barrios pobres de Santiago y se encuentran en la educación superior, muchos de ellos en escuelas técnicas", dice.

"Vienen de comunidades con una larga tradición de protesta que se remonta a la dictadura de Pinochet. La protesta violenta es casi una rutina para ellos", agrega.

Pero Salazar también identifica a un segundo grupo, más pequeño, de un origen un poco más acomodado, que son conversos más recientes a la violencia.

Dice que son anarquistas involucrados en "una lucha frontal contra el sistema".

Las banderas anarquistas rojas y negras son visibles en muchas de las marchas.

"El anarquismo ha crecido mucho en una gran cantidad de universidades chilenas, incluyendo ésta", dice Alberto Mayol, sociólogo de la Universidad de Chile, uno de los dos centros de estudios más prestigiosos del país.

Mayol ve una línea directa de descendencia de los manifestantes contra Pinochet de los 80 a los activistas estudiantiles de hoy.

"Lo que estamos viendo ahora es el fin del fin de la era post-dictadura", señala.

Vaivenes del mercado

La violencia no está de ninguna manera limitada a las manifestaciones estudiantiles.

La marcha del Día de los Trabajadores de este año terminó en violentos enfrentamientos en el centro de Santiago: 141 personas fueron detenidas y 42 policías resultaron heridos.

La policía no es el único objetivo. Bancos, farmacias y locales de comida rápida fueron destrozados.

Los encapuchados no toman amablemente la intromisión de lo que consideran son "los medios de comunicación burgueses".

El 1º de mayo atacaron una camioneta del canal de televisión chilena Canal 13, e hirieron al conductor y a un camarógrafo.

Durante una manifestación de estudiantes el 8 de mayo asaltaron a un periodista de la cadena estadounidense CNN.

Los objetivos de estos manifestantes violentos son difíciles de determinar. Algunos parecen estar luchando por la revolución, mientras que otros lo hacen sólo por diversión.

Sociólogos dicen que muchos de ellos son jóvenes molestos y marginados por el modelo económico capitalista de Chile, que ha traído prosperidad pero que también ha dejado a algunos de sus ciudadanos vulnerables a los vaivenes del libre mercado.

Represión legal

Entonces, ¿qué se puede hacer para detener la violencia?

El gobierno del presidente Sebastián Piñera asegura que se necesita una nueva legislación.

Y envió un proyecto de ley al Parlamento para endurecer las penas para los delitos de desorden público.

Si se convierte en ley, a cualquier persona encontrada culpable de una protesta violenta se le incrementará su condena si también llevaba el rostro cubierto para evitar ser identificada por la policía.

El proyecto de ley es objeto de controversia y ha sido criticado por grupos de derechos humanos, entre ellos Amnistía Internacional.

Manifestantes pacíficos dicen que a menudo son obligados a cubrirse la cara para protegerse del gas lacrimógeno de la policía.

"El Estado no puede controlar lo que la gente usa durante las manifestaciones", dice Ana Piquer, directora ejecutiva de Amnistía Internacional Chile. "Eso está protegido por la libertad de expresión".

Los estudiantes acusan a la policía de usar gases lacrimógenos y cañones de agua indiscriminadamente.

En los últimos enfrentamientos, la policía también ha disparado balas de pintura a los manifestantes para tratar de identificarlos. Varias personas han sido golpeadas en la cara y al menos un hombre perdió la vista en un ojo.

A principios de mes, un juez acusó a la policía de emplear "métodos similares a una dictadura" durante las protestas, palabras cargadas dada la oscura historia de Chile.

El político opositor Gabriel Silber estableció un paralelismo entre las tácticas empleadas por la policía y las utilizadas durante el régimen de Augusto Pinochet entre 1973 y 1990.

Aprender de los errores

A pesar de esto, hay algunas señales de que la cooperación entre la policía y el movimiento estudiantil está mejorando.

Tras la manifestación del 8 de mayo, el jefe del gobierno regional de Santiago, Juan Antonio Peribonio, elogió a las federaciones de estudiantes por sus esfuerzos para vigilar su propia marcha.

En la Universidad de Chile, Fielbaum reconoce que el movimiento ha aprendido de sus errores en los últimos dos años y está mejorando en poner orden en sus manifestaciones.
Pero los enfrentamientos violentos todavía exasperan a muchos santiaguinos.

La cara de la ciudad ha cambiado desde 2011. Hay más grafitis y muchas calles ya no tienen señales de tráfico. Fueron derribadas por los manifestantes y arrojadas a la policía.

El 11 de abril, durante una protesta estudiantil, Mónica Araya, una mujer de 74 años, tomó el asunto en sus propias manos: se dirigió a un grupo de jóvenes enmascarados y los enfrentó mientras trataban de arrancar un poste de luz.

Su esfuerzo no cambió nada porque la violencia continuó, pero Araya fue ampliamente aplaudida por tomar una posición.

Por un momento, al menos, los encapuchados chilenos encontraron a alguien dispuesto a hacerles frente.