El Instituto Cervantes homenajeó a Jorge Edwards en su despedida de París
El literato deja su rol de embajador en Francia al culminar la administración Piñera.
El premio Nobel Mario Vargas Llosa fue uno de los invitados a la despedida.
Jorge Edwards dejará su cargo de embajador el próximo 11 de marzo.
El escritor Jorge Edwards recibió este jueves en París, de manos del Instituto Cervantes y de un selecto grupo de colegas, un caluroso homenaje con el que se despidió de Francia y de su carrera como diplomático.
Edwards, de 82 años, explicó a Efe que, aunque echará de mucho menos París, "los amaneceres en la avenida de la Motte Picquet, con la cúpula de los Inválidos al fondo y el cielo todavía medio oscuro", no ocurrirá lo mismo con el trabajo de embajador, del que admitió estar saturado y que abandonará de forma definitiva el próximo martes.
Arropado por compañeros de profesión y amigos, como el premio Nobel Mario Vargas Llosa, el canario Juan José Armas Marcelo o el director del Instituto, Juan Manuel Bonet, Edwards develó, ante una sala repleta de gente, las razones de su amor por la literatura y el papel que París ha jugado en su vida.
"Crecí en medio de dos instituciones represivas. De un lado mi familia burguesa, que quería hacer de mí un importante hombre de negocios, y de otro el colegio de jesuitas, que esperaban que me convirtiera en santo", apuntó entre risas al tiempo que fijó en "la poesía" la grieta por la "que logró escapar de esos dos mundos".
Incitado en primera instancia por su madre, "una mujer afrancesada y gran lectora" que, cómplice, le procuraba libros de vez en cuando, el entonces niño comenzó a "leer sin parar" antologías poéticas, "fascinado por el lenguaje literario de Lope de Vega, Quevedo o Rubén Dario".
"El inútil de Joaquín"
Pero fue su tío abuelo el escritor Joaquín Edwards (el inútil de Joaquín, como se le conocía en la familia), quién terminó de despertarle un "hambre voraz por la literatura".
"Era un fantasma innombrable que, sin embargo, había conseguido alejarse del ambiente asfixiante de mi familia", recordó.
"El primer libro que publicó escandalizó de tal manera a los miembros de mi familia que estos decidieron comprar toda la primera edición, para que nadie más pudiera quedarse con ella".
"Emocionado por el número de ejemplares vendidos", ironizó Edwards, "mi tío abuelo optó por sacar una segunda edición, tras lo cual tuvo que refugiarse una temporada en un burdel de Santiago que se llamaba La Gloria".
"Esa marginación asociada a la literatura me cautivó", agregó el escritor, "y se fue reforzando con el tiempo a base de más y más lecturas".
Recuerdos de Paris
El resto de personalidades que acompañaron al chileno durante el acto se fueron sucediendo ante el micrófono al tiempo que desplegaban un rosario de anécdotas sobre los "años formidables de París", como los calificó Mario Vargas Llosa.
El Nobel peruano destacó la personalidad "tímida" de la que Edwards hacía gala en su primera etapa parisina, en la que bastaba una palabra "malsonante u obscena" para que el chileno "se sonrojase como una amapola".
Actitud que cambiaba radicalmente, precisó el Nobel, "a partir del segundo whisky. Entonces Jorge se subía a la mesa y rompía a bailar una danza hindú de su invención" para al día siguiente jurar que no se acordaba de nada.
El autor de "La ciudad y los perros" definió el París de los años sesenta como "el lugar en el que descubrimos que éramos latinoamericanos", una época que sirvió para "despertar un sentimiento de comunidad en toda sudamérica, desconocido hasta entonces, con el que en parte aplacamos los nacionalismos".
Vargas Llosa recordó, asimismo, el importante papel que Edwards, "desoyendo los consejos de Pablo Neruda", cumplió publicando el libro "Persona non grata" (1973), que ilustraba los desmanes que en Cuba estaba cometiendo la dictadura de Castro.
"Un libro que abrió los ojos a muchos intelectuales que hasta entonces no quería comprender el verdadero alcance del problema" y que le procuró feroces represalias por parte de Cuba y cierto sector de la izquierda intelectual.
Por su parte, el director del Instituto Cervantes, Juan Manuel Bonet, definió la jornada "como un día triste y alegre a la vez". "Triste porque se nos va Jorge Edwards y alegre porque ello nos brinda la oportunidad de tributarle un sentido homenaje de amistad".
Bonet destacó la faceta de "escritor-embajador" en la que se inscribe Edwards, "una tradición muy latinoamericana, ilustrada en su propio país por Pablo Neruda y en otros por Rubén Darío, Octavio Paz o Jorge Carrera Andrade".
Por último, el responsable del Instituto puso de relieve la capacidad de Edwards "para literaturizar cuanto toca" y la forma en "la que conecta las realidades más distintas entre sí" a través de un estilo "aparentemente conversacional, lleno de fineza y humor".