Director de "Aquí no ha pasado nada": Esto va más allá del arrebato de hacer Justicia
Alejandro Fernández Almendras conversó con Cooperativa sobre el filme inspirado en el Caso de Martín Larraín.
Aseguró que, para cambiar Chile, hay que entender la manera de pensar de la elite fuertemente cuestionada por estos días.
Alejandro Fernández Almedras dejó atrás los barrios marginales de "Matar a un hombre" (2014), aunque sin despreocuparse de los aspectos que aquejan al 95 por ciento de la población chilena. Pero para comprender esos conflictos, con su nueva película se sumerge de ese "cinco por ciento de los chilenos que haga lo que haga, nunca irá a la cárcel".
"Aquí no ha pasado nada", que llegó a la cartelera chilena este jueves, tomó su inspiración en el Caso de Martín Larraín, pero no desde la perspectiva que muchos esperarían. En la historia, seguimos a otra más de las víctimas de las estratagemas de "los poderosos".
Pero ¿por qué verlo desde ese lado? Según el director de 45 años, el descontento manifiesto que actualmente existe en Chile, por casos de corrupción, colusión o las AFPs, es una parte del camino para cambiar las cosas. Sin embargo, para que la lucha en las calles cobre mayor fuerza, hay que entender a la elite que oprime.
Entonces, el mejor público para "Aquí no ha pasado nada" está en Chile, para entenderla en el contexto presente, uno en el que todos tienen internalizados los conflictos que han volcado las miradas hacia ese "cinco por ciento", evidentemente, no por admiración.
Estos temas y más fueron abordados por Alejandro Fernández Almendras en la siguiente conversación con Cooperativa.
- La película se ha promocionado bajo la figura de estar inspirada en el Caso de Martín Larraín, pero curiosamente está contada desde la perspectiva del, por así decirlo, "daño colateral" del responsable del atropello ¿Por qué decides contar esta historia de esta manera, con esta narrativa?
La película está filmada desde una perspectiva que no es la que uno podría esperar, que es la de poner buenos contra malos, justicia contra injusticia, verdad contra mentira, porque creo que ese juicio ya está en la cabeza de todos nosotros. No es necesario volver a explicarle a la gente lo que pasó en el Caso Larraín, todos tenemos una idea bastante clara de lo que ahí ocurrió. Cómo se manejaron las influencias, cómo se movió la defensa, la fiscalía, las cosas que se hicieron. Todos entendemos cómo funciona, es la sensación ambiente. Lo que hace la película es tomar la idea que tiene el espectador y llevarla a otro lugar. Más allá de quedarse en el arrebato de querer hacer justicia o algo por el estilo, lo que hace es reflexionar sobre por qué ocurren estas cosas, qué es lo que explica que la gente que está en el poder, en la elite del país, haga, actúe y nos trate de convencer de lo que piensan. Encontré mucho más interesante utilizar el Caso Larraín para entender por qué este tipo de situaciones nos violentan y por qué existen.
- La película es ficción, con eso en consideración. ¿Es una carga o un beneficio que el espectador tenga una preconcepción del caso cuando entra a ver la película?
Es una ventaja, precisamente eso es lo que quería trabajar, con algo que toda la gente lo conoce, especialmente en Chile. Por eso es una película que se completa con el público. Lo que hicimos fue que filmamos un lado del argumento, un lado del juicio. El otro lado es el que tenemos todos nosotros, porque sabemos lo que pasó en verdad y sabemos cuál es el dolor y la fricción que esto provocó. Es una película que deliberadamente se mete en la burbuja en que vive el cinco por ciento del país más poderoso y sirve para que hagamos el ejercicio de imaginar qué es lo que piensan, lo que sienten, personajes como los que se están viendo involucrados en casos de corrupción. Por qué se provoca esto me pareció más atractivo que describir sólo lo legal. No sólo es conveniente, sino que indispensable que la gente sepa de qué estamos hablando. Que conozca el caso y tenga un juicio sobre él.
Seguir siendo esclavos
- En el guión y en la propuesta final de "Aquí no ha pasado nada" juegan con cosas latentes. No hay un villano evidente, corpóreo. Está la ausencia de los padres con un discurso sesudo sobre lo que está pasando ¿Hay una sensación de que tenemos que hacer un cine que deje de lado lo explícito e invite a reflexionar sobre lo implícito que se puede entregar en una historia?
Ese es un espacio que se abre en situaciones como ésta. Del mismo modo en que hoy puede aparecer una película sobre un campo de concentración o la dictadura, no necesitas explicarlo todo y decir 'Había una vez...'. Tú puedes hacer sobre un micro cosmos muy pequeño y el conocimiento que uno tiene sobre la historia, sobre los acontecimientos de ese momento, ese tipo de cosas te permiten extrapolar todo ese contexto. La película juega mucho a eso. A mostrarte un momento de un lugar, de unos personajes, y a partir de eso reflexionar un poco más.
Estamos en una etapa en la que la sociedad está muy enojada. Enardecida por un montón de casos que se han destapado en los últimos años, de corrupción, de manejo sucio en la política, de arreglines comerciales, de leyes que se hacen a medida de las empresas, de colusiones, de crímenes que quedan sin castigo. Hay una sensación de que la sociedad nos violenta mucho como ciudadanos y la reacción más lógica es violentarse de vuelta, gritar y golpear la mesa. Todos lo hacemos en redes sociales, con amigos, al salir a la calle a protestar. Es una buena parte de lo que se requiere para cambiar, pero creo que falta entender el argumento del otro lado.
No podemos seguir siendo esclavos de una elite, sin tratar de saber cómo piensa y siente esa elite. Para hacer ese ejercicio se requiere suspender los prejuicios que uno puede tener y ser lo más honesto y abierto de mente posible, para enfrentarse a este mundo y a esta película. Probablemente provoque en muchos espectadores una sensación de enojo o violencia, lo que es algo que me interesa como efecto, porque te está mostrando algo que sin ser violento, te violenta mucho, que es como funciona la elite en Chile: sin usar malas palabras, sin andar con pistolas o con bates de béisbol pegándole a las personas, hace cosas súper violentas.
El inconsciente del consumismo
- Tu película anterior "Matar a un hombre" era mucho más silenciosa. Acá está la fiesta, están las canciones, está la bulla ¿Tiene que ver eso con el "hacer ruido", de estar en un estado latente que repentinamente explota?
En términos formales, que tenga mucha música, que sea muy ágil todo en torno al carrete tiene que ver con que, de cierta forma, todos quisiéramos tener esa vida, una casa en Zapallar, en Cachagua, un helicóptero estacionado en el patio, viajar por el mundo o tener casas gigantes con miles de sirvientes. Es algo que se nos mete en el inconsciente del consumismo, de tener esos bienes materiales, que sí te dan una ventaja real. "Matar a un hombre" era una película casi en un barrio marginal, que se enfrenta a la gente que vive en ese barrio. Nadie quiere vivir en ese mundo, pero es lo que te tocó vivir y está esta fantasía de que llegar a estos lugares de dinero, es lo que todos queremos lograr. Hay algo en esa especie de inconsciencia de la celebración que cuando cantan 'esta es nuestra fiesta', dicen 'esto somos nosotros, mandamos y podemos hacer lo que queramos. Tenemos todo ese poder, la juventud, la belleza, los contactos, el mundo'. Se juega con eso también, mostrar que esto es a lo que todos quieren aspirar, pero hay reglas, códigos y puertas de acceso y salida. Los problemas que esos jóvenes pueden tener son insignificantes en comparación con los que pueden tener jóvenes de otras comunidades. Eso obliga a la película a tener una ligereza que es como estos personajes.
- La ligereza es que el personaje no tiene un carrete para salir, en algún momento...
Claro, esos son sus problemas. Lo patea la niña con que está saliendo, no va a poder manejar. Cuando uno lee entrevistas de Carlos Larraín y el 'Choclo' Délano, son generalmente así. O sea que se sienten súper perseguidos, se siente injustamente acusados, es terrible no poder salir del país. Cosas que para cualquier otro mortal no constituyen un castigo, para esa gente sí lo es y es el fin del mundo. La película toma ese lugar. No es un punto de vista muy simpático, pero transmite la complejidad del tema más grande: cómo esa elite nos piensa a nosotros. ¿Qué es lo que ve en nosotros? No ve nada. Es absolutamente incapaz de ver más allá de ella misma.
Aquí y ahora
- ¿El espectador chileno está preparado para ver "Aquí no ha pasado nada"?
Creo que sí. No podría ser de otra forma. Las únicas personas que la van a entender bien son los chilenos. Cuando se muestra afuera se entienden algunas cosas, en países desarrollados se entiende mucho menos, se ven los grandes tonos pero no los matices que tiene entre medio. En la medida que uno se acerca a Chile, en los países latinoamericanos, se entiende mucho más. En Perú y Argentina, se termina de entender casi todo. Y en Chile es donde se completa la ecuación. Entiendes de qué te está hablando cada uno de los personajes. Te resuenan de algún lugar o situación. Fue hecha para que se viera en Chile este año. Ahora, aquí, con lo que está pasando.
- ¿Es una válvula de escape?
Más que eso es como un alimento, un respiro, para salir del cine y seguir conversando esto. Empezar a pensar un poco qué se puede hacer, por dónde se puede avanzar, cómo se puede cambiar; más que salir del cine y agarrar a piedrazos un Mercedes que va por la calle.