Columna de Aldo Schiappacasse: ¿Debemos seguir perdonando?
Revisa el artículo del comentarista de Al Aire Libre en Cooperativa y enviado especial a Rusia.
Está generación de futbolistas chilenos cumplirá en julio una década de éxitos. En el 2007, durante el Mundial de Canadá, un incidente nunca aclarado con la policía canadiense tras la dolorosa derrota ante Argentina en semifinales, culminó en una gresca de proporciones, con jugadores heridos y un proceso judicial extraño, mientras, casi paralelamente, la selección mayor que jugaba Copa América protagonizaba el Puerto Ordazo, una bacanal de alcohol y abusos que terminó con el período de Nelson Acosta.
En estos diez años hemos vivido muchas cosas. Históricamente buenas, bochornosamente malas. Debimos convivir con una extraña flexibilidad moral, que obligó a cada uno de los técnicos de La Roja, desde Bielsa a Pizzi, pasando por Borghi y Sampaoli, a establecer ambiguos límites éticos. Extrañamente, el único que condenó es el que más fama de permisivo tenía, y al único que esta generación le falló, traicionándolo en rendimientos y resultados.
La experiencia del "Bichi" debe haber servido al resto. Y a nosotros mismos. Fue común que los pecadores pasaran a víctimas; que los villanos devinieran en héroes; que las culpas se endosaran pronto y se transformaran en factores que "unieron al grupo". Sería vano y lamentable hacer otro recuento, porque diez años no son nada y la memoria no es tan frágil.
En su primer enfrentamiento con esta ineludible realidad, Juan Antonio Pizzi y Arturo Salah han perdonado a Eugenio Mena, bajo la figura de que el jugador, que manejaba ebrio y a exceso de velocidad, se encontraba "en sus horas libres". En la antesala de un torneo, estos casos sirven para "solidificar al grupo", para unirse ante el enemigo externo, para aislar al plantel y juramentarse en una sola promesa: Ganar para "tapar bocas".
En lo personal, ya no me interesa la cruzada moralista, el enfrentamiento dialéctico, la resbalosa cultura futbolera ni la barra brava digital. Ya hemos aprendido las lecciones de este infructuoso debate. Las cosas como son y a esta generación -a la que todo se le ha perdonado- al menos respondió con honores. No son la opinión pública ni el periodismo los que dictan las normas de este grupo privilegiado, al que le encanta victimizarse.
Si el incidente tiene el final acostumbrado y el festejo lo sepulta, será un renglón más de la larga cuenta acumulada de la generación dorada. La de los niños terribles que jamás maduraron, quizás porque transamos siempre el perdón por el dulce sabor del triunfo.