"Don Giovanni" de Mozart inauguró la temporada de ópera del Municipal de Santiago
Nuevamente la propuesta escénica no convence por completo, pero en lo musical el elenco internacional ofrece valiosas interpretaciones.
En 2012 cerró la temporada lírica del Municipal de Santiago en una fallida y decepcionante versión escénica que apostaba por convertir al célebre protagonista en un vampiro tan seductor como sediento de sangre, y en estos días está de regreso en el mismo escenario seis años después, ahora inaugurando la temporada de ópera 2018: este lunes 16 se realizó el estreno de la nueva producción de "Don Giovanni", de Wolfgang Amadeus Mozart, una de las grandes obras maestras del repertorio universal y que para muchos expertos incluso puede ser considerada la mejor ópera de la historia.
Estrenada en Praga en 1787 y protagonizada por el personaje que se ha convertido en un arquetipo y un mito en sí mismo, el Don Juan que ha inspirado tantos textos de autores de prestigio -de Tirso de Molina, Moliére y Zorrilla hasta Lord Byron, Dumas y Pushkin-, esta pieza forma parte de la notable trilogía de óperas que Mozart compuso a partir de libretos del italiano Lorenzo Da Ponte, y que además integran "Las bodas de Fígaro" (1786) y "Cosi fan tutte" (1789), consideradas entre los mejores ejemplos de conjunción entre música y teatro jamás creados.
Dinámica en su desarrollo argumental, entre los principales logros de "Don Giovanni" figura la prodigiosa combinación entre sus elementos dramáticos de alcances morales, sentimentales e incluso metafísicos con un humor ingenioso, divertido y burlón, lo que justifica la denominación que Da Ponte le dio como "dramma giocoso" (drama jocoso). Si a esto se le suman los agudos comentarios sobre las diferencias entre las clases sociales que también están presentes en las otras dos obras, y todo acompañado por la magistral partitura mozartiana, el conjunto es en verdad uno de los hitos en la historia de las artes escénicas.
El Municipal recién estrenó esta creación en 1870, y esta es la décima temporada en sus 160 años en que se presenta al público. La versión que se estará ofreciendo en estos días -en siete funciones y dos repartos, hasta el viernes 27- es la segunda entrega de la trilogía Mozart-Da Ponte que se estará ofreciendo a lo largo de tres años consecutivos con la misma dirección musical y equipo escénico, y que tuvo su partida el año pasado con unas "Bodas de Fígaro" que no convencieron por completo, en particular por su propuesta teatral y visual.
Aunque en general ofrece varios aspectos más logrados que el año pasado, nuevamente la propuesta del veterano director teatral francés Pierre Constant es el aspecto que menos consigue entusiasmar. Originalmente realizadas por Constant para el Atelier Lyrique de Tourcoing hace dos décadas -en ese entonces con dirección musical del prestigioso maestro galo Jean-Claude Malgoire, recién fallecido este pasado sábado-, las puestas en escena de los tres títulos se caracterizan por su austeridad y mantener un mismo marco visual: como el año pasado en "Las bodas de Fígaro", la funcional y escuálida escenografía de Roberto Platé en base a una gran estructura con varias puertas, a pesar de algunos detalles que van cambiando durante la función, se mantiene casi inalterable durante los dos actos y tres horas de duración, aunque en esta ocasión la iluminación de Christophe Naillet según el diseño original de Jacques Rouveyrollis fue menos plana, y nuevamente el vestuario de Jacques Schmidt y Emmanuel Peduzzi fue atractivo y adecuado.
Al igual que el año pasado Constant fue eficaz en lo cómico -si bien siempre hay que recordar que al margen de lo que esté pasando en escena, el público de todos modos siempre se reirá con las situaciones de humor o leyendo en los sobretítulos lo que pasa en el hilarante argumento- y no traicionó la esencia de la obra, pero hay tantos detalles que no funcionarán bien para todos los espectadores que es imposible no volver a pensar que su apuesta es lo que menos convence en este regreso mozartiano.
Por ejemplo, cómo uno de los momentos más bellos de la obra, el trío "Protegga il giusto cielo", pasó casi a ser un trámite cuando una cortina se corre dejando ver el estado en que están los asistentes a la fiesta que ha organizado Don Giovanni, o muchos cambios de escena que plantea el original y acá no se producían, lo que podría confundir a más de algún neófito.
Y al igual que en 2012, la memorable escena del "convidado de piedra", uno de los instantes más emblemáticos de la obra y de todo el género lírico, nuevamente privó al público de ver la estatua del Comendador que regresa del más allá para saldar cuentas con su asesino, la misma que tampoco había estado presente antes en la escena del cementerio. Y como pasó hace seis años, otra vez no se incluyó el segmento final en que los seis personajes que han quedado vivos dicen qué harán a futuro, sino que luego de un sorprendente y llamativo golpe de escena, se desemboca directamente en el sexteto final, con su moraleja que cierra la partitura. En fin, un conjunto escénico menos decepcionante que el año pasado, pero de todos modos poco satisfactorio tratándose de una obra tan genial y completa como esta.
Pero en lo musical, al igual que el año pasado en "Las bodas de Fígaro", en el estreno del elenco internacional el lunes las cosas funcionaron mucho mejor, partiendo por la labor del director que también tomó la batuta en esa ocasión, el maestro italiano Attilio Cremonesi, quien nuevamente demostró estar muy bien afiatado con la Filarmónica de Santiago, consiguiendo un acertado balance entre el foso y el escenario, resaltando la belleza y contrastes de la partitura, atento a lo teatral. Y afortunadamente en esta oportunidad no cayó en lo que en "Bodas" había parecido muy extraño: una tendencia a dirigir mucho más rápido de lo habitual algunos pasajes. Si bien hubo ocasionales excepciones, como el trío en el momento que muere el Comendador, en general la dirección de Cremonesi fue de lo mejor del estreno, y se permitió probar elementos interesantes y no tan tradicionales, como los acompañamientos a los recitativos, más expresivos y descriptivos que de costumbre.
Un buen reparto destaca en este elenco internacional, con algunos interesantes debuts en el Municipal: en el rol titular, el barítono turco Levent Bakirci se mostró seguro, desenvuelto y convincente como actor encarnando a un seductor sin límites, con buena voz y un canto adecuado -quizás sólo "Fin ch'han dal vino" le puso más obstáculos- y bien proyectado. El bajo-barítono francés Edwin Crossley-Mercer fue un juvenil y divertido Leporello, que no cayó en excesos humorísticos para ser divertido pero logró ganarse la simpatía del público, y cantó muy bien con una voz de reducido volumen pero muy pareja en todas sus zonas. Y el bajo estadounidense Soloman Howard, quien ya está desarrollando una ascendente trayectoria internacional, sorprendió en sus breves pero contundentes intervenciones como un Comendador de voz voluminosa, poderosa y sonora.
Por su parte, la soprano también estadounidense Michelle Bradley, quien el año pasado causó una excelente impresión en su primera actuación en Chile como parte de la gala del Teatro del Lago en Frutillar, no sólo debutaba ahora en el rol de Doña Anna sino además abordaba su primer papel solista de mayor extensión en un teatro lírico, tras sus incursiones en papeles secundarios el año pasado en el Metropolitan Opera House de Nueva York, incluyendo su Clotilde en la "Norma" de Bellini junto a dos de las estrellas de la actualidad, Sondra Radvanovsky y Joyce DiDonato, que inauguró la temporada de ese teatro. Formada en su país natal por artistas que en el pasado cantaron en el Municipal, como las sopranos Wilhelmenia Fernandez y Diana Soviero, la voz de Bradley es en verdad estupenda, potente, de un color oscuro y gran volumen que logra dosificar de acuerdo a la partitura; si bien su material quizás no es totalmente idóneo por ahora al estilo mozartiano, demostró sensibilidad para interpretar a su personaje, una actuación sobria y creíble, y la forma en que resolvió con inteligencia y seguridad sus exigentes momentos solistas "Or sai chi l'onore" y "Non mi dir" conformaron un prometedor debut de una artista que muy pronto puede dar cada vez más que hablar si maneja con cuidado su carrera.
El tenor Joel Prieto, quien ya ha cantado en las temporadas del Municipal en "Pagliacci" (2010) y "La flauta mágica" (2014), regresó para abordar a Don Ottavio, rol a menudo ingrato considerando su falta de resolución dramática, aunque vocalmente ofrezca dos bellos momentos solistas, "Dalla sua pace" e "Il mio tesoro", que Prieto resolvió bastante bien, aunque en la segunda la coloratura no fue tan fluida, pero su voz bonita, aunque de no demasiado volumen, de todos modos se adecuó al personaje.
Los tres cantantes chilenos de este elenco internacional estuvieron en un excelente nivel, confirmando la sólida impresión que han dejado en anteriores actuaciones. La soprano Paulina González fue una espléndida Doña Elvira, divertida en su incondicionalidad a Don Giovanni pero siempre digna, sin caer en el ridículo o el patetismo; la cantante ya ha demostrado en otras ocasiones que Mozart le sienta muy bien a su voz, y no sólo se afiató muy bien con sus colegas internacionales, sino además estuvo entre lo mejor del estreno, en particular por su entrega de "Mi tradì quell'alma ingrata". La también soprano Marcela González fue una sensual y poco convencional Zerlina en el "Don Giovanni" del Teatro Regional de Rancagua en 2016, pero en esta ocasión el enfoque del rol fue mucho más apegado a la tradición, algo que no afectó el muy buen desempeño de la artista, encantadora y vivaz en lo actoral, delicada y muy acertada en lo vocal. Y el bajo-barítono Matías Moncada fue un muy buen Masetto, agregando otro acierto en su cada vez más destacada carrera.
Las restantes funciones del elenco internacional se realizarán los días viernes 20, lunes 23 y jueves 26. El segundo reparto, el llamado elenco estelar, debutará este sábado 21, y también se presentará el martes 24 y viernes 27.