La odisea de los miles de refugiados que huyen de Nagorno Karabaj

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Las personas huyen de Nagorno Karabaj tras obligar Azerbaiyán a las fuerzas karabajíes a capitular y desarmarse.

"Dios no nos quiere. Ya lo ha demostrado", asevera una refugiada.

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La aldea de Kornidzor, al sur de Armenia, acoge una larga fila de vehículos con bolsas, mantas, bidones de combustible y cilindros de gas amarradas con cuerdas. Son los miles de refugiados que huyen de Nagorno Karabaj tras obligar Azerbaiyán a las fuerzas karabajíes a capitular y desarmarse.

"Ojalá que cuando mis hijos crezcan, no recuerden estos días. Ojalá no resuene en ellos el hambre que pasaron este tiempo", comenta a EFE Ashot, que llegó con unos niños al campamento a bordo de un Lada procedente de la localidad de Martuni.

Gradualmente los autos se liberan del gran atasco en el puesto de control que Azerbaiyán instaló sobre el puente de Hakari. Están estacionados sobre el Corredor de Berdzor-Lachín -la única conexión entre Nagorno Karabaj y Armenia- y avanzan con gran lentitud.

A pocos kilómetros se detienen y descienden familias enteras para acercarse al despliegue de carpas instaladas por la Cruz Roja. El Gobierno armenio asegura que 6.650 ciudadanos ya se han registrado hasta el momento.

"DIOS NO NOS QUIERE"

La lluvia repentina fastidia a quienes esperan a sus familiares del otro lado de la barrera. Nairi recibe la negativa de un policía cuando intenta acceder a la zona de recepción de refugiados.

Es de Shushi, la reconocida ciudad cultural de Nagorno Karabaj que fue ocupada por Azerbaiyán ya en la guerra de 2020. Desde entonces, se refugió en la capital armenia, Ereván, y hoy ha venido tras la familia de su primo Sasún.

"Dios no nos quiere. Ya lo ha demostrado", dice mientras intenta comunicarse una vez más con Sasún sin éxito.

Asegura que fuera de la capital karabají, Stepanakert, nadie tiene señal de teléfono. De hecho, desde el ataque azerbaiyano de hace una semana la comunicación con los habitantes de las zonas fronterizas aún no ha sido posible.

Una mujer atraviesa la entrada de la carpa con dos niñas y un bebe en brazos. Detrás viene su madre con la documentación en la mano. Se aproxima a las mesas de registro y entrega el papeleo.

"Rebeca, ven aquí rápido", llama a su hija, quien recibe una manta de una voluntaria de la Cruz Roja. Las niñas toman las galletas y el zumo que les ofrece otra voluntaria. Se sientan y comen, pero luego piden más.

Hace diez meses un bloqueo humanitario azota a los karabajíes. En el enclave los comercios están vacíos, no hay alimentos ni medicamentos, electricidad o gas.

LA ESPERANZA ESTABA EN LOS MUCHACHOS

Con un gran desgaste físico y emocional, la población hizo frente al último ataque de las tropas azerbaiyanas durante apenas 24 horas. Después vino la capitulación y las ansias de huir.

Syuzi, la madre de Rebeca, asegura que la única esperanza y seguridad de los armenios del enclave eran sus "muchachos", en alusión al ejército karabají.

"Sin ellos es muy difícil. No nos imaginamos una vida con los azerbaiyanos. Imagínate que lo que ellos llaman 'integración' ya comenzó con un genocidio", asegura.

Los trabajadores de la Cruz Roja instan a los civiles a que abandonen el campamento apenas sus datos hayan sido recolectados. El espacio físico es limitado y la evacuación parece no tener fin.

La mayoría serán reubicados en la ciudad vecina de Goris. Para aquellos que no cuentan con lugares a donde ir, el Gobierno de Armenia prevé un plan de reasentamiento y otras formas de asistencia.

A pesar de que el primer ministro, Nikol Pashinián, apostaba por la permanencia de los habitantes de Nagorno Karabaj en sus hogares como "el plan A" bajo "garantías de seguridad", la primera elección de los civiles ha sido huir antes de que las tropas azerbaiyanas ingresen en Stepanakert, Jankendi para los azerbaiyanos.

"NO SOMOS TERRORISTAS"

Ashot llega a la carpa. Pregunta con desesperación al personal de la Cruz Roja cómo puede conseguir combustible para que su hermano pueda salir del pueblo karabají donde vive.

"Son sólo cinco litros", exclama, pero nadie puede darle una respuesta.

Señala que su hermano tiene hijos chicos y que ha quemado su uniforme de camuflaje para que los militares azerbaiyanos no lo encuentren.

"No es militar, es voluntario, como todos nosotros que lo único que hemos hecho es defender nuestra tierra. No somos terroristas, como nos llaman ellos. Somos una nación que sólo quiere paz", asegura.