Desde su creación hace ya más de una década, el programa Pequeño Municipal, que presenta espectáculos de ballet, conciertos y ópera especialmente pensados para los niños, ha incursionado en distintas ocasiones en el género lírico, desde obras del repertorio universal ideales para público infantil como "Hansel y Gretel" y "La flauta mágica", hasta creaciones locales como "Papelucho".
Pero en buena medida las propuestas que han desfilado a lo largo de estos años por el escenario del Municipal de Santiago alcanzan un nuevo nivel de exigencia y excelencia en estos días con "El oro del Rin", la adaptación de la célebre ópera de Richard Wagner que debutó el pasado sábado 22 y que luego de nuevas presentaciones durante la semana para públicos escolares, tendrá este sábado 29, a las 12:00 y 16:00, sus dos últimas funciones, para las cuales aún quedan entradas disponibles.
Con texto y música del propio compositor germano, esta obra es el prólogo de la tetralogía "El anillo de los nibelungos", inspirada en historias y personajes de la mitología nórdica.
Más allá de sus elementos mágicos, esta saga operística no sólo es extremadamente demandante en términos musicales y escénicos sino además alcanza una gran complejidad argumental, que incluye contornos psicológicos y alegorías sociales y políticas. Pero de las cuatro piezas, es "El oro del Rin" la que es más factible de ser apreciada por el público infantil: estrenada originalmente en 1869 y luego presentada como parte del ciclo completo en 1876, su trama entremezcla dioses, enanos, ninfas y gigantes en torno al robo del oro que custodian las ninfas del río Rin, que dará origen a un anillo que puede hacer poderoso a su poseedor, despertando el interés y la codicia de distintos personajes.
Como ya es sabido, no son pocas las influencias que este relato tuvo en la popular saga literaria "El señor de los anillos", de Tolkien.
Esta ópera sólo se dio en el Municipal recién en 1994, iniciando ese verdadero hito histórico que fue la primera representación en Chile de la tetralogía wagneriana, que se desarrolló anualmente entre esa temporada y 1997.
Y su regreso a ese teatro, un cuarto de siglo después y ahora adaptada para los más pequeños, está teniendo sólidos resultados. Reduciendo la duración original de dos horas y media a sólo una hora, intercalando el canto en alemán (con los correspondientes sobretítulos en español) y diálogos en nuestro idioma, el guion y dirección de escena de Fabiola Matte es muy respetuoso con el original, dinámico y entretenido, y se hace fácil de seguir gracias al único personaje no cantado, el dios del fuego Loge (encarnado por el actor Enrique Quiroz), quien acá además de ser un rol importante en la historia, sirve como narrador e hilo conductor.
Con el apoyo del encantador y efectivo diseño integral de Sebastián Escalona y las proyecciones audiovisuales creadas por Patricio Bravo, Matte logra desplegar todos los elementos fantásticos que requiere el argumento.
Pero tratándose de Wagner, lo musical necesita un predominio de enormes proporciones, y acá está muy bien servido gracias a la espléndida labor de los artistas liderados por el maestro Pedro-Pablo Prudencio, quien dirige a los 15 músicos de la Orquesta del Pequeño Municipal en una atractiva y respetuosa versión reducida de la partitura, con arreglos musicales de uno de sus integrantes, el fagotista Zilvinas Smalys.
Y un elenco de cantantes compuesto sólo por solistas chilenos, algunos de ellos interpretando más de un rol, se lucen en la que para la mayoría de ellos es su primera incursión en Wagner: Jaime Mondaca (como el dios Wotan), Madelene Vásquez (la diosa Freia y la ninfa Woglinde), Paola Rodríguez (la diosa Fricka y la ninfa Wellgunde), Francisca Muñoz (la misteriosa diosa Erda y la ninfa Flosshilde), Cristián Lorca (Alberich, el nibelungo que desencadena la historia), Gonzalo Araya (el enano Mime) y Francisco Salgado y David Gaez como los gigantes Fassolt y Fafner, respectivamente.
Recomendada para espectadores de 8 años en adelante, o quizás incluso un poco menos dependiendo de la capacidad de concentración de los pequeños, es definitivamente una hermosa y meritoria apuesta. Por supuesto que los admiradores del original echaremos de menos algunas cosas -como en el imponente y majestuoso final de la obra, que acá suena más modesto-, pero pensando que el ideal de esta propuesta es cumplir con un rol didáctico y encantar a los niños con la ópera, el mérito, tanto a nivel artístico como en formación de audiencias, es totalmente digno de aplausos.