La columna de Aldo Schiappacasse: La maldición de Pikachu
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Por Aldo Schiappacasse, @AldoRomuloS
La maldición de esa pelota llovida, lanzada por el uruguayo Silva desde su propia área, sin convicción alguna y buscando sólo un milagro, condenará a Gonzalo Jara por un buen rato. Vasco de Gama ya casi estaba rendido, entregado a una victoria mínima que de poco le servía y casi sin argumentos para amagar a los azules, que ya abrazaban la Sudamericana como consuelo para la segunda parte del año.
Hasta que esa pelota alta, insípida, espesa y lasciva complicó a Jara que no supo que hacer con ella. Sin animarse a atacarla, la dejó picar a sus espaldas para permitir que un tipo llamado Pikachu condenara a otro equipo chileno a quedarse sin premio internacional. Como una maldición inexplicable, Jara y el resto de sus compañeros vivieron una jornada de angustia y pesar en el Nacional.
Pocas veces el derrumbe de un equipo fue tan claro y preciso. Puede fijarse en el tiempo cuando comenzó a escribirse esta historia. Fue cuando Angel Guillermo Hoyos observó aterrado el calendario y proclamó que la U jugaría siete partidos en 35 días. Fue en el clásico contra Colo Colo cuando sus convicciones se vinieron a pique y terminó por arder la hoguera el día aquel en el Lucio Fariña cuando de manera inexplicable cambió a todo el equipo y dejó a los únicos dos que estaban lesionados.
En una comedia de errores imperdonables para tanta gente al mando, llamaron a Esteban Valencia y, al mismo tiempo se pusieron a encuestar entrenadores y a abrir las puertas de entrada y salida de jugadores para producir un descalabro que todos intuimos cuando esa pelota alta caía a las espaldas de Jara para que Pikachu descargara su veneno.
La U se fue de manera indigna, pese a que había conciencia de que la suya era una tarea titánica en la Copa. Duele no por el resultado final, sino por como se llegó a este descalabro lamentable donde no cabe otra cosa que llorar sobre la leche derramada.
Para Gonzalo Jara un consuelo: fue el defensor central de la década más gloriosa de la selección chilena. Batalló contra sus ripios y brindó jornadas inolvidables. Cuando los azules jugaron con responsabilidad defensiva, lució en el fondo y la salida, pero jamás pudo lidiar contra la responsabilidad mayor de ser el último eslabón de su equipo, en esa suerte de estrategia suicida de dejarlo junto a Vilches o quien fuera resguardando el rancho.
En esa pelota alta, caída del cielo a sus espaldas, se fue la última opción de seguir en combate en la arena internacional. Y buena parte de su propia autoestima. Lo más triste de todo es que, a sus espaldas, había un tipo llamado Pikachu para hacerlo todo más triste, más penoso, más inolvidable. Mas irritantemente bochornoso.