La columna de Aldo Schiappacasse: Las siete plagas
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Para Angel Guillermo Hoyos, el entrenador de carácter más bíblico que he conocido, este diluvio debe haber sido totalmente inesperado. Porque, a ser honestos, hasta antes de la derrota con el Colo Colo de Guede tenía los papeles ordenados y a sus apóstoles alineados.
Esa caída -agravada por la pelea entre Pinilla y Beausejour, más las críticas públicas de Johnny Herrera- desató la ira del cielo y una estrepitoso, apabullante, vergonzoso y humillante desplome, apelando a los términos que han utilizado los mismos referentes azules.
Lo que fulminó a Hoyos fue el temor. El paralizante e inexplicable miedo al desgaste físico que lo llevó a profetizar el apocalipsis cuando sacó la cuenta que tenía 7 partidos en 35 días. Allí bajó de la montaña con las tablas de una dudosa ley entre las manos, que obliga a darle descanso a sus jugadores cuando tienen la exquisita opción de participar en torneos internacionales, un trofeo que se desprecia cuando se tiene y que se añora cuando se ve de lejos (miren nomás a la Católica).
Si a eso sumamos la aparición de varios Judas que comenzaron a relativizar su discurso y su táctica, a pedir que el equipo jugara para adelante, que fuera a buscar el Santo Grial perdido desde que se fue Sampaoli, tenemos los elementos justos para desencadenar las siete plagas. Más aún si la gente con la daga en la mano, dispuesta al sacrificio, estaba agazapada dentro del mismo club, para no decir detrás de los arbustos.
Lo de Hoyos es una profecía autocumplida, pero inesperadamente acelerada. Como diría Carlos Pinto, nada hacía presagiar que fuera tan evidente, tan rápida y tan plagada de controversias, porque hasta hace muy poco, lo reitero aunque me lapiden, eran los azules los que mejor fútbol habían mostrado en esta temporada, jugando contra rivales altamente calificados como Racing, Vasco y el mismo Cruceiro. Nadie había podido competir hasta ahora con tanta efectividad como la U en la Libertadores.
Pero los pecados se pagan, y volviendo a los viejos tiempos, fueron las expulsiones y una desesperante lentitud para corregir los errores los que caracterizaron esta caída. Recluido en la soledad silenciosa y fría de su habitación, Hoyos, castigado por sus atrasos, vio como a un par de kilómetros de distancia, en la cancha cruel del Mineirao, su sueño de hacía trizas. Mantendrá, obvio, la fe. En sus capacidades y las del grupo. Así lo dirá, mientras los que imploraban porque se fuera pasarán a su lado para tomar el cargo.
Es el evangelio del fútbol, donde el odio y el amor suelen darse la mano.