Columna de Aldo Schiappacasse: Bonini y la hermana de Chupete
Revisa la opinión del comentarista de Al Aire Libre en Cooperativa tras el deceso del ex PF de la Roja.
Revisa la opinión del comentarista de Al Aire Libre en Cooperativa tras el deceso del ex PF de la Roja.
Luis María Bonini será recordado por una arenga procaz e inútil, porque ese empate en el Centenario ante Uruguay fue uno de los peores partidos de Humberto Suazo por la Roja. Con el perdón de la hermana de Chupete, que ha debido escuchar la muy gritada alusión a sus partes íntimas durante casi una década, ese día cambió el estilo de motivar a nuestros jugadores en la boca del túnel. Seamos honestos, hasta ahora nadie supera ni en vehemencia ni en convicción aquel poema de Bonini, aunque intentos hubo varios.
Será recordado además por la cercanía con los cracks de la Roja, que le agradecieron siempre la compra de un refrigerador gigante -que aún está en "Pinto Durán"- que servía para amortiguar los efectos del jet lag, pero también los de la caña y el trasnoche.
Bonini pasará a la historia por implementar un sistema de entrenamientos que requería la plenitud de condiciones, y donde más de alguno sencillamente sucumbió ante la exigencia extrema que el esfuerzo demandaba.
Lo recordaremos por ser el asistente que durante más tiempo, de manera más fiel y estoica, soportó a Marcelo Bielsa, sus locuras y excentricidades y, por sobre todo, su irrenunciable búsqueda de la excelencia. 21 años son toda una vida y, la última vez que se vieron frente a frente, en agosto pasado, Bielsa consideró que por fin podían empezar a tutearse, lo que es el peldaño más alto de la amistad para el rosarino.
Dejará un protagonismo que pocas veces los preparadores físicos tuvieron en Chile, al punto que, en los peores momentos de Sebastián Beccacece en la Universidad de Chile, se consideró que podría ser el aglutinador de un grupo que parecía desgranarse y que iba derecho al precipicio. No logró evitar la caída, pero logró que el descalabro tuviera más dignidad.
Bonini dejará como herencia a aquellos que consideraba auditores dignos, anécdotas de todo calibre. Cuando decidió cambiarse de vereda para ejercer el comentario, dulcificó su personaje, decidió saludar a todo el mundo y, finalmente, se conectó con la gente para entregar su imagen de hombre bonachón y sabio al que hoy todos despiden con cariño.