La columna de Aldo Schiappacasse: Dalí jugaba al arco
Revisa el artículo del comentarista de Al Aire Libre en Cooperativa.
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Cadaqués, un pequeño pueblo ubicado en la esquina de Cataluña, cerca de la frontera, se ha puesto de moda por estos días en que por un extraño y tardío juicio de paternidad, el cadáver de su ciudadano más ilustre, Salvador Dalí, debió ser exhumado.
La comarca tiene otra historia relacionada con el fútbol, porque por una extraña coincidencia, tres grandes jugadores de fútbol salieron al unísono de sus canchas, o de sus playas, correspondería decir.
Sagi, Piera y Samitier eran tres amigos inseparables que jugaban por el modesto cuadro local, pero que fueron descubiertos al unísono, a comienzos de la década del '20, por un dirigente catalán que se los llevó a FC Barcelona.
El primero en irse fue Samitier, que se hizo famoso, fichó luego en el Real Madrid y volvió al club convertido en entrenador. Sagi era hijo de un cantante de ópera, a los 19 años, ya en el Barca, se retiró para casarse pero al poco tiempo, por insinuación de su esposa que consideró que se había puesto muy mal genio, volvió a las canchas para jugar 455 partidos, marcan do 134 goles.
Había un cuarto tipo, largo y flaco, hijo del notario del puerto, que cerraba la pandilla. Cuando sus amigos se fueron al Barcelona lo tentaron con irse con ellos, pero el portero tenía otros sueños.
Mientras sus amigos entrenaban en Barcelona, él prefirió irse a Madrid, a integrarse a la bohemia, para convertirse en artista, que era lo que le interesaba. Era, obvio, Salvador Dalí, quien nunca perdió el entusiasmo por el fútbol. La historia la descubrió José Antonio Martín, un periodista español que la escribió en su notable libro “El fútbol tiene música”.
Dalí hizo tres obras sobre su temprana pasión. La primera en 1974, con el afiche conmemorativo de los 75 años del Barcelona. En 1977 el modesto equipo de Sant Andreu le pidió ayuda para salir de su crisis económica y el pintor les donó “Gol”, un cuadro con historia porque se perdió. El último fue en 1986, para la inauguración del Estadio Municipal de Figueres, el pueblo más cercano a Cadaqués, donde un flaco alto se ponía al arco cuando sus compañeros futbolistas entrenaban.