El presidente de EE.UU, Donald Trump, se anotó una victoria legislativa esta semana al lograr la aprobación de su ley de salud en la Cámara de Representantes, aunque la batalla para derogar y sustituir el actual sistema, impulsado por Barack Obama, será larga y compleja en los pasillos del Senado.
Con evidentes aires de celebración, y rodeado de los congresistas, Trump auspició la rueda de prensa posterior al voto en los jardines de la Casa Blanca, como si el proyecto de ley ya estuviera firmado y él pudiera dar por cumplida su gran promesa de campaña: acabar con Obamacare, como se conoce al actual sistema de salud.
Sin embargo, el texto legislativo ahora pasa a manos del Senado, donde los republicanos tienen una mayoría mucho más estrecha que en la Cámara baja, los procesos de análisis son mucho más lentos y varios senadores conservadores ya han mostrado su rechazo al proyecto.
La primera versión de la ley, antes de las enmiendas requeridas por los ultraconservadores, supondría perder el seguro médico a más de 24 millones de estadounidenses en una década, a lo que se suma el hecho de que la disposición sobre enfermedades preexistentes hará que millones de personas no puedan costear sus seguros.
Las asociaciones nacionales de médicos han mostrado su rechazo a la propuesta y han advertido de su "devastador impacto": la ley de Obama había reducido los casos de bancarrota familiar por enfermedad de alguno de sus miembros a la mitad en 7 años.
Así, pese a la victoria simbólica y el paso adelante que ha dado Trump para acabar con uno de los grandes legados de su predecesor, está todavía lejos de poder colgarse verdaderamente esa medalla.