Váyanse a dormir: La noche larga de los demócratas

Publicado:
Autor: Cooperativa.cl

Los neoyorquinos se fueron a mirar al espejo de su nación y no querían ver el reflejo.

Váyanse a dormir: La noche larga de los demócratas
Llévatelo:

No había demasiado ruido en la fila de miles de personas para entrar a la fiesta de Hillary Clinton en el Jacob K. Javits Convention Center de Nueva York, la tarde del martes.

Los seguidores de Hillary rezumaban una confianza tranquila, con bromas sobre lo aburrido de la futura presidenta. En su mayoría profesionales de clase alta, bien vestidos, satisfechos, orgullosos de la diversidad que propone Nueva York, habían seguido por meses los centenares de encuestas, habían leído las proyecciones y creían saber lo que iba a pasar.

También, por más de un año, habían escuchado a Donald Trump. Eso se iba a terminar esta noche.

Instalados en el escenario secundario de la fiesta del comando de Clinton -al aire libre, fuera del edificio para los grandes donantes y los principales medios-, los periodistas conversábamos sobre la hora en que se podía terminar todo.

A las cinco de la tarde, Trump había insistido en Fox News -emblema de la derecha estadounidense- que el sistema no sólo estaba arreglado, sino que se sumaba un voto a los demócratas al intentar votar republicano.

Era la prueba final de que todo iba mal para Trump, después de más de un centenar de encuestas en las que nunca, ni aún en los peores momentos de Clinton durante la campaña, había pasado adelante. A las 17:45, Kellyanne Conway, la jefa de campaña trumpista, acusaba en Fox que la falta de apoyo del partido no había permitido alcanzar más votantes. Poco después, en CNN citaban fuentes que decían que en el comando de Trump sólo esperaban "un milagro".

La gente empezó a gritar ante el anuncio, reflejado en las pantallas gigantes del comando de Clinton.

Un periodista me dijo:
- A las 9 Hillary gana Florida y nos vamos todos temprano.
- O que gane Ohio y nos vamos igual a las 11, dijo otro, sosteniendo una caja de arroz con pollo shawarma.

Yo me interesé por el pollo: el periodista me explicó que había que cruzar todo el escenario, a través de la gente, para llegar a unos carritos que cobraban una barbaridad. Aunque el pollo shawarma es sólo pollo, limón, Curry, comino y yogurt, estaban cobrando unos 13 dólares, como si esto fuera un local de Providencia o Ñuñoa.

Aún así, me propuse cruzar toda la marea humana, unas seis mil personas que rodeaban el escenario hasta tocar las vallas papales.

Todavía se escuchaban aplausos, mientras la gente fijaba sus ojos en la pantalla gigante. Empecé a cruzar mientras pensaba en cómo se cocinaría un pollo shawarma, cuánto me saldría a la semana hacerme un par de platos.

La elección iba a terminarse en un par de horas. Me quería dormir para ir a devolver, al día siguiente, tomates que habían salido malos en el supermercado: tomates duros, casi cuadrados, a un paso del plástico. Pensaba en los tomates mientras avanzaba entre los seguidores de Hillary.

El paseo me parecía de una gentileza extraña, acostumbrado a avanzar entre multitudes que ven fútbol, conciertos o peleas. De pronto caí en cuenta de algo: sentía el ruido del viento corriendo alrededor. Nadie gritaba ahora. Nadie, tampoco, hablaba. Pero en serio: nadie. Habían allí seis mil personas y de pronto se escuchaba sólo la pantalla gigante de CNN y el viento.

Imagen foto_00000016

Trump estaba ganando parcialmente Florida y Ohio. Por supuesto, estaba muy lejos aún de ganar. Pero los seguidores de Hillary reaccionaron como reacciona ese público de la selección chilena que paga 200 mil pesos por ir al estadio y de pronto se dan cuenta que existe un rival.

Los neoyorquinos orgullosos de no pertenecer al resto del país, ese de los granjeros, el white trash, el racismo y las armas, se habían ido a mirar al espejo de su nación y ahora no querían ver el reflejo: su país era eso.

Pude pasar sin mayor dificultad hacia los carritos. Alrededor de la gran masa, decenas de mujeres mayores, rodeadas por sus hijas y nietas, se tomaban las caras sentadas en el piso.

Los smarthphones carísimos de los seguidores de Hillary mostraban los resultados en los únicos estados que importaban: Florida, Ohio, North Carolina, Iowa y Pennsylvania. Muy pronto, los habían perdido todos. Incluso aquellos en los que Obama había ganado hace apenas cuatro años.

Lo que vino después fue confuso, un poco irreal. Sentado a un costado del escenario, mientras la gente empezaba a irse a sus casas, apareció Katy Perry. Nos contó, seria, que sus papás habían votado por Trump y que, pasara lo que pasara, había que buscar la unidad.

Apenas quedaban afuera unas centenares de seguidoras y seguidores de Hillary. La mayoría, mujeres con sus hijas y nietas, con chapitas con uno de los mensajes de la campaña: "Yes, you can be anything you want –even president".

Pero lo que las niñas y sus madres veían era que una mujer mejor calificada en cada ámbito profesional era barrida por su rival. El espejo había estado ahí siempre, pero los neoyorquinos no tenían cómo engañarse esta madrugada: son parte de un país mayoritariamente ignorante, misógino, violento y racista.

Luego se fueron desmontando partes del escenario. La pantalla, cerca de las dos de la mañana, dejó de emitir noticias.

Unas horas más tarde se sabrá todo: que Hillary había llamado a Donald Trump para felicitarlo como el nuevo presidente de los Estados Unidos de América. Que los republicanos además controlarán el Senado, la Cámara de Representantes y tendrán el voto de desequilibrio en la Corte Suprema.

Pero eso iba a ser después. A las dos de la mañana en punto, la pantalla en las afueras del Jacob K. Javits Convention Center se encendió mientras las pocas mujeres que quedaban soltaban unos gritos cansados. Entonces apareció John Podesta, el jefe de campaña de Clinton, para decir que no había nada que decir. Váyanse a sus casas -dijo Podesta hablando como un padre a sus hijos sobre algo que no es capaz de hacerles entender-, váyanse a dormir.

LEER ARTICULO COMPLETO

Suscríbete a nuestro newsletter