Un cálido día de verano hace 110 años, un grupo de luteranos salió de picnic en Nueva York. El paseo terminó en un desastre en el que más de mil alemanes murieron. Fue un golpe del que esa comunidad nunca se pudo recuperar, como relata el corresponsal de la BBC Stephen Evans.
Cuando yo vivía en el Lower East Side de Manhattan, estaba medio consciente de que en algún momento hubo una presencia alemana ahí.
Encima de una entrada, vi las palabras "Einnigkeit Macht Stark" (La unidad hace la fuerza) esculpida en los dinteles de piedra sobre una puerta. Y "Freie Bibliothek" (Biblioteca libre) sobre otra.
Sin embargo, no era obvio, ciertamente nada como la Pequeña Italia o Chinatown.
Luego, cuando me fui a vivir a Alemania, la conexión se volvió más clara.
El apartamento en el que vivo en Berlín hoy en día podría haber sido construido por la misma gente que construyó aquel en el que viví en Manhattan.
Cinco pisos, buzones justo después de la puerta interior, una escalera central que parece una cámara de resonancia, techos altos.
Nueva York importó el sistema de vivienda alemán, además de la comida alemana. Piense en las hamburguesas y los perros calientes ofrankfurters (una boulette berlinesa
es una hamburguesa con otro nombre). Y en la cerveza estadounidense, fabricada por Schlitz y Anheuser y Busch.
Pero hace unos días encontré una conexión más sombría: el 15 de junio de 1904 -hace 110 años- Nueva York sufrió la peor pérdida de vidas humanas de su historia hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Más de mil miembros de la comunidad alemana de lo que entonces era conocido como Kleindeutschland (la Pequeña Alemania) murieron cuando un viaje de recreo se tornó en una tragedia.
Llamas y corrientes
Para su 17º picnic anual, la Iglesia Luterana de St Mark del Lower East Side arrendó un vapor de ruedas, el General Slocum, para navegar por el río Este hasta Long Island, donde los excursionistas podrían relajarse y divertirse.
Pero cuando la nave de tres pisos de madera pasó por la calle 81, empezó un incendio bajo la cubierta en una cabina de lámparas llena de trapos grasientos.
Según los reportes, un niño de 12 años alzó la alarma pero inicialmente el capitán William Van Schaick no le creyó.
Cuando finalmente se dio cuenta de que efectivamente había un incendio, siguió su camino convencido de que se podía contener.
Los pasajeros empezaron a darse cuenta de que no era así y algunos empezaron a tirarse al agua y a ahogarse.
Los botes salvavidas del barco estaban en malas condiciones. Las mangueras de incendio estaban podridas.
Los informes después dijeron que las madres le ponían salvavidas a los niños y los bajaban al agua, sólo para verlos ahogarse en la rápida corriente.
1.021 personas se ahogaron o murieron en el incendio.
Ecos de S-11
La historia que apareció en el diario New York Times me recuerda a la manera en la que se desarrolló el 11-S, con hospitales que inicialmente estaban vacíos llenándose más allá de su capacidad con el paso de las horas.
El día después del desastre del General Slocum, el diario reportó que "hombres cargando camillas con víctimas de la calamidad empezaron a llegar a la estación Avenida Alexander. Al principio se tenía la esperanza de que ese lugar sería lo suficientemente grande para albergar a los muertos".
Las reverberaciones continuaron en Kleindeutschland, el área que rodea lo que ahora se conoce como Ciudad Alfabeto por sus avenidas A, B, C y D, que era una zona completamente alemana en esa época.
En cierto momento, Nueva York era -después de Berlín y Viena- la ciudad germanoparlante más grande del mundo y la gente vivía junta: los prusianos en un ala, los bávaros en la otra.
Cientos de familias en esta unida comunidad quedaron desconsoladas y, después de la catástrofe, el número de suicidios aumentó.
Hubo disputas por el fondo de ayuda, como ocurrió después del 11-S.
Escena en el funeral por el desastre en General Slocum. (Foto: New York Public Library)
Rastros
Una vibrante comunidad con la confianza suficiente como para vestirse con sus mejores trajes y arrendar un bote para ir a su picnic anual se volvió negativa y deprimida. El imán que había mantenido a la gente unida perdió su poder.
También es cierto que la Primera Guerra Mundial hizo que las comunidades alemanas se volvieran tan invisibles como les fue posible. Kleindeutschland desapareció.
Sin embargo, quedó un rastro.
En Tompkins Square Park, que alguna vez estuvo en el corazón de Kleindeutschland, está la Fuente en Memoria del Slocum, dedicada en 1906 y donada por la Sociedad de la Simpatía de las Damas Alemanas.
Es una fuente para beber que todavía calma la sed de los sedientos, con su agua fría que brota de un surtidor con la forma de la cabeza de un león.
Está hecha de mármol rosa de Tennessee y tiene a dos niños que miran hacia el mar.
Es un monumento a los muertos de ese día, por supuesto, pero yo pienso -desde mi hogar en Berlín- que también es un tributo a la gran contribución que hicieron los alemanes a la construcción de Estados Unidos.