Mas de 20.000 personas asistieron este domingo en Tarragona a la beatificación más numerosa de la historia, la de 522 religiosos asesinados durante la Guerra Civil española (1936-1939).
La ceremonia comenzó con un mensaje del papa Francisco en el que puso el ejemplo de estos mártires que imitaron a Jesucristo e insistió en la necesidad de "abrirnos a los demás, a los que más necesitan".
El Papa se dirigió en castellano a los asistentes para unirse "de corazón" a la celebración de la proclamación de los beatos mártires que son, según Francisco, "cristianos ganados por Cristo, discípulos que han aprendido bien el sentido de aquel amar hasta el extremo que llevó a Jesús a la cruz".
Los presentes en la ceremonia eran, en su mayoría, miembros de congregaciones religiosas y familiares de los hoy beatificados y, tal como pidió la Conferencia Episcopal Española, no llevaban ni banderas ni pancartas.
El enviado especial de la Santa Sede, el cardenal y prefecto de la Congregación por las Causas de los Santos del Vaticano, Ángelo Amato, que presidió la beatificación, incidió en la importancia del perdón "como esencia del cristianismo".
Amato, que dijo que "nada justifica una guerra fratricida ni la muerte del prójimo", inició su homilía con citas bíblicas sobre el martirio y la fe y detalló que "España es una tierra bendecida por la sangre de los mártires" ya que se han beatificado más de un millar en 14 ceremonias.
Apoyo a la dictadura franquista
Sectores de la sociedad civil española como la Coordinadora por lo Laico y la Dignidad y grupos católicos progresistas instaron, durante los días previos a la celebración, a las autoridades eclesiásticas a pedir perdón por haber apoyado a la dictadura franquista y el golpe de Estado de 1936 perpetrado contra la República.
También criticaron que se rinda homenaje a unas víctimas mientras los asesinados del otro bando aún permanecen en paraderos desconocidos, enterrados en cunetas y fosas comunes sin ningún reconocimiento público.
Amato abundó en su discurso de que los 522 beatificados no son víctimas de la Guerra Civil, sino de "una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia" y tachó los años 30 de "periodo oscuro de la hostilidad anticatólica".
El cardenal describió a los mártires como "víctimas", "hombres y mujeres pacíficos" que "no odiaban a nadie, amaban a todos, hacían el bien a todos".