Santa Olga era, hasta la madrugada del miércoles, una humilde localidad del municipio de Constitución que vivía de la explotación forestal, pero bastaron unas pocas horas para que las llamas redujeran a cenizas sus 1.200 viviendas.
Los vecinos lograron escapar a tiempo, pero perdieron casas, muebles y enseres. El esfuerzo de toda una vida de trabajo se esfumó en uno de los voraces incendios que desde hace dos semanas arrasa centenares de miles de hectáreas y ha acabado con la vida de 10 personas en el país.
Desde hace una semana, bomberos, voluntarios y brigadistas de la Corporación Nacional Forestal luchan para frenar el avance del fuego.
"Estábamos aquí, en la casa. Mi papá trataba de cortar unos árboles, porque sabíamos que el fuego venía desde allá", dice Abigail, una de las residentes, señalando el lugar donde estaba emplazado Santa Olga.
Abigail vivía en Corrientes, una pequeña población situada a diez kilómetros de Santa Olga y que también resultó destruida.
"Creíamos que nos habíamos librado, cuando, de repente, el fuego llegó de allá y nos dijeron que teníamos que evacuar. Tratamos de escapar, pero los caminos estaban cortados, no podíamos ir para ningún lado", relata.
Abigail y su familia se salvaron gracias a un camión aljibe que los sacó del lugar. "Tuvimos que mojarnos, tratamos de hacer todo para poder salir vivos. Si no hubiese sido por la ayuda, habríamos muerto calcinados", asegura.
Desde lo alto de la montaña, ella y su familia vieron consternados cómo se quemaba su hogar. "Nuestra casa, nuestros sueños, todo lo que construimos a lo largo de nuestra quedó destruido", dice.
A pesar de la tragedia, Abigail confía en que saldrán adelante. "Estoy tranquila, tengo fe en que vamos a salir adelante. Yo le digo a mi mamá que las manos no nos las han quemado", explica.
La fortaleza de esta joven contrasta con la realidad. Además de sin hogar, la familia ha perdido el sustento, porque todos trabajaban en las empresas forestales que llegaron a la zona en los años 60.
José Pacheco, vecino de Santa Olga, no puede evitar el pesimismo. "El futuro se me pone pesado. Voy a tratar de construir la casita de nuevo, pero para eso se necesitan luquitas. Sin plata uno no hace nada", se lamenta.
Pacheco cuenta que los vecinos piensan organizarse para levantar de nuevo el pueblo. Pero además de ayudarse mutuamente, necesitan que el Gobierno les eche una mano, subraya.
"Lo único que le estamos pidiendo a la autoridad es que entienda lo que nos pasó y nos apoyé", cuenta este hombre, que atribuye los incendios a la larga sequía.
"Es por la naturaleza que estamos pasando esto, hace mucho calor. Los bosques se prenden y el viento se lleva el fuego a las poblaciones", explica.
Santa Olga está situada en la Región del Maule, una de las más afectadas por el terremoto de febrero de 2010, que causó más de medio millar de muertos y dejó dos millones de damnificados.
"Yo veo más complicado el incendio que el terremoto, porque el terremoto dura un par de minutos no más, no se quema nadie, la gente de la costa a veces se ahoga, pero el incendio es más problemático. El incendio no lo para cualquiera, tiene que ser gente experta", argumenta Pacheco.
A pesar de que los incendios han acabado con Santa Olga y otras pequeñas poblaciones aledañas como Putú y Peralillo, el alcalde de Constitución, Carlos Valenzuela, no se rinde.
Por lo pronto, el municipio está dando cobijo a 7.000 personas y empieza a organizarse para distribuir ayuda a los damnificados.
"Nos paramos para el terremoto, nos paramos para el tsunami y ahora nos volveremos a parar", aseguró a Cooperativa.