El rector Carlos Peña publicó este lunes, en las páginas de El Mercurio, una deferente columna propósito de la muerte de Carlos Altamirano Orrego, el controvertido secretario general del Partido Socialista en la época de la Unidad Popular.
El académico destacó cómo "la clase social a la que perteneció (...), en vez de atarlo a los intereses de las minorías dominantes, lo empujó, en una especie de formación reactiva, a oponérseles", y planteó que "es quizá esa obvia contradicción entre su clase de origen y su adscripción política la que explica, en buena medida, la ojeriza y casi el odio que suscitó entre sus enemigos políticos".
Altamirano "catalizó, como casi ninguna otra figura de su tiempo, la adhesión y la distancia, el apego y el desprecio, el amor y el odio".
"Como la mayor parte de quienes se dedicaron entonces a la política, se tomó en serio las ideas hasta casi intoxicarse con ellas, como lo prueba el hecho de que leyó el acontecer de Chile —del que era partícipe— como un guion que los manuales ideológicos anticipaban. Por eso no deseó la violencia, solo que en algún momento la creyó inevitable (...) No era un deseo moral: era lo que entonces se creía fruto de la inevitabilidad histórica", apuntó.
Sin perjuicio de esto, tras el golpe de Estado y, "en el exilio, cuando la experiencia de vivir el socialismo real y el ahogo de las libertades le enseñó que una cosa eran los conceptos ideológicos, el dibujo de los libros, los entusiasmos teóricos, y otra muy distinta, la realidad", dio un giro y "empujó la renovación y lo que entonces, a comienzos de los ochenta, se llamó la convergencia socialista".
"Se decidió por el silencio para reconocer la propia responsabilidad"
"Ejecutó además un gesto notable y digno que a la hora de su muerte —a la hora de hacer el balance del debe y el haber de la propia existencia— es indispensable reconocer. Se decidió por el silencio como una forma de reconocer la propia responsabilidad (...) Fue, a su modo, un gesto edípico: dañarse a sí mismo para tomar venganza de su destino", sostuvo.
El columnista apuntó que "en tiempos en los que todos eluden la propia responsabilidad, se emboscan en la niebla de los años y luego de haber participado de la dictadura ejercen como ministros y hombres públicos sin nunca haber reconocido responsabilidad alguna, Carlos Altamirano Orrego dio un ejemplo de dignidad personal y política al decidir, sin que hubiera motivos objetivos para ello, autoexiliarse de la vida política".
Ésta "fue su forma de dar una lección a quienes piensan que la vida pública admite cualquier disfraz y tolera cualquier olvido".
Para el rector, "hay pocas figuras que en la historia política chilena resuman mejor que Carlos Altamirano la índole de la vida política, el vicio y la virtud que la constituye: el vicio es el exceso de las propias convicciones; la virtud, de la que Altamirano es un ejemplo, es la capacidad de eludir el hechizo que provocan y, no obstante, seguir siendo el mismo".