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El libro de siquiatra español devela todos los secretos de los besos

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Autor: Cooperativa.cl

Al realizar la acción se consumen 12 calorías.

El 10 por ciento de la población mundial no se ha besado nunca.

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Cada beso que se da consume 12 calorías. Quizás sea porque para darlo debemos mover hasta 36 músculos, o bien porque las pulsaciones del corazón aumentan de 60 a 100 latidos cada vez que unos labios se unen a otros. La huella de cada roce va más allá, viaja hasta el cerebro, no sólo deja rastro en nuestra memoria sino que interviene en un gran número de circuitos neuronales, pero ¿dónde se sienten los besos?

A ésta y a otras muchas preguntas responde en su libro "El Planeta de los Besos" de Jesús de la Gándara, jefe de Siquiatría del Complejo Asistencial de Burgos, en España.

Su última obra la ha querido dedicar a los besos. Se le ocurrió en una cena con unos amigos, "les explicaba mi preocupación porque no existen estudios serios sobre los análisis de los comportamientos sexuales explícitos", explica Gándara al diario español El Mundo.

A partir de ahí, empezó a recopilar lo que se había publicado sobre el tema, cómo se había registrado en la literatura, historia, cine, etcétera. Incluso, tiene cuestionarios que ha realizado a pacientes, amigos y familiares.

Una de las conclusiones: "que casi todos se dan cuenta de que besan poco. Creo que los besos deberían utilizarse de forma sistemática y seria para frenar las depresiones, por ejemplo".

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Según el autor del libro "los besos van directamente al cerebro".

Proceso hormonal

Como señala Gándara en su libro, "buena parte de nuestra felicidad depende de la cantidad de besos que nos dan o damos".

Según investigadores de la Universidad de Pittsburg (EE.UU.), existe un gen, al que han denominado el gen KISS-1 (o gen del beso) que, junto a otro, inician los cambios hormonales que desencadenan la pubertad.

Otro estudio, realizado en la Universidad de Princeton, (EE.UU.) y publicado en 1997, evidencia que "el cerebro humano está equipado con neuronas que le ayudan a encontrar los labios de su pareja tanto con los ojos cerrados como en espacios sin luz".

Al juntar nuestra boca con la de otra persona, el sistema límbico, situado en el centro del cerebro, se encarga de transmitir esta información a otras áreas como la corteza o al tronco del encéfalo que regula los mecanismos vegetativos de la respiración, el ritmo cardiaco, la tensión arterial, el tono muscular, la salivación o la secreción hormonal.

Según diferentes estudios científicos, cuando besamos apasionadamente se libera un buen número de hormonas, como las endorfinas, que generan una sensación de bienestar y tienen efecto analgésico.

A ellas se les une la oxitocina y la testosterona, la primera relacionada con la lactancia y la excitación sexual, mientras que la segunda está involucrada en un gran número de procesos fisiológicos incluido también el relacionado con el deseo sexual.

A éstas les seguirá la adrenalina y noradrenalina, que elevarán la tensión arterial y los latidos del corazón.

"También es posible que otros sistemas de neurotransmisores y hormonas se relacionen en el beso, como el GABA, que modula las respuestas de tranquilidad o relajación, y el sistema endorfínico, cuya estimulación produce una disminución de la percepción del dolor, etc.", recoge Jesús en su texto. Y es que como afirma este siquiatra: "Los besos van directamente al cerebro".

Personas que no se besan

Pero "El Planeta de los besos" no recoge sólo datos sobre la neurofisiología del beso, va mucho más allá.

Gándara hace un repaso por las diferentes especies de animales y en cuál de ellas pudo aparecer el beso erótico. También recoge las variables formas de expresión del cariño o el deseo sexual en las culturas de distintos puntos del planeta.

Según la Universidad de Bochum en Alemania, el 10 por ciento de la población mundial, unos 650 millones de personas, no se besa nunca, como en algunas tribus laponas de Finlandia, en algunas regiones de China o en Mongolia, donde los padres no besan a sus hijos sino que les huelen la cabeza.

Los registros que la historia ha dejado en innumerables textos, dibujos, grabados y fotografías también muestran cómo la cultura o las religiones han influido en la expresión del amor, pública y privadamente.

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