La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) recibió este martes el Premio Nobel de la Paz por su discreto trabajo en busca del desarme durante los últimos 17 años, que ha vuelto a ponerse en primer plano últimamente por su labor en Siria.
El encargado de recoger el premio fue el director general de la organización, Ahmet Üzumcü, un diplomático turco sereno y sencillo que durante todos los actos previos a la entrega del Nobel se esforzó por recordar que detrás de ellos estaban cientos de personas que hacían el trabajo de OPAQ.
El presidente del Comité Nobel, Thorbjorn Jagland, admitió, durante el discurso de entrega del premio en al ayuntamiento de Oslo, que muchos creen que el Nobel se le debía dar siempre a personalidades con carisma que sirvan de modelo "y den esperanzas en un mundo complicado y para muchos hostil".
Este tipo de personas, dijo Jagland, son necesarias y muchos han contribuido a mover el mundo en la dirección correcta, pero, añadió, la paz es algo que "no la pueden lograr en solitario los individuos y los idealistas".
La paz, agregó Jagland, también necesita de instituciones que den pasos concretos -muchas veces imperceptibles- para la reducción del número de armas en el mundo y el aumento de la fraternidad entre las naciones, los criterios que fijó Alfred Nobel en su testamento para determinar el ganador del premio.
La Convención sobre las Armas Químicas, agregó Jagland, por cuyo cumplimiento vela la OPAQ, es un paso claro en esa dirección.
Nuevas metas para el organismo
Jagland comenzó su discurso con un recuerdo a esa convención, de 1997, que prohíbe por completo el uso, la posesión y la fabricación de armas químicas.
"¿No es hermoso?. En realidad es algo más que hermoso, es algo que podemos alcanzar", subrayó.
El director general de la OPAQ renovó la meta de la organización de lograr un mundo sin ese tipo de armamento, una visión que, dijo, está camino de convertirse en realidad.
"La OPAQ ha verificado la destrucción de un 80 por ciento de todas las armas químicas declaradas y hay 190 estados que se han sumado a la prohibición; avanzamos para que la visión de un mundo sin armas químicas se haga realidad", dijo Üzumku en su discurso.
Uno de los retos de la organización ahora, según el director general, es trabajar por que ese tipo de armamento no tenga un resurgimiento.
La crueldad de las armas químicas
Según advirtió, aunque "ningún tipo de armamento tiene el monopolio de la crueldad", las armas químicas presentan características que las hacen especialmente nefastas.
"Las armas químicas apuntan al miedo profundamente arraigado de todos los humanos de ser envenenados. No distinguen entre combatientes y civiles, entre una ciudad y un campo de batalla. No se pueden ver, no se pueden oler y no dan aviso", dijo Üzumku.
"Sus efectos, sin embargo, son devastadores, queman, ciegan o sofocan a sus víctimas. La muerte rara vez es instantánea y nunca sin dolor. Y cuando no matan, estas armas causan un daño a la gente y su medio ambiente sin dar oportunidad a que se repare una vez termine el conflicto", agregó.
Antes de la ceremonia Ümzuclü había asistido a la tradicional fiesta de la organización "Niños por la paz", y prometió a un grupo de jóvenes de en torno a los quince años que su generación tendría un mundo sin armas químicas.
Los progresos que se han logrado en lo relativo a las armas químicas deben servir, según el presidente del Comité Nobel, de modelo para el desarme nuclear.
Según Jagland, aunque el acuerdo logrado entre EEUU y Rusia en 2010, por iniciativa del presidente Barack Obama, fue un paso importante, no va tan lejos como la Convención sobre las Armas Químicas de 1997, puesto que admite el derecho de las potencias nuclear a tener armas estratégicas.
El paso siguiente, según Jagland, debe ser la prohibición total de las armas nucleares, con instrumentos de verificación que tengan la misma eficacia que los aplicados por la OPAQ.