Antes de tomarse su permiso de maternidad, a fineales del año pasado, la parlamentaria británica Jo Swinson hizo un llamado para poner fin a la batalla campal en torno a la lactancia materna.
"Creo que hay en la sociedad en general mucha culpa sobre la paternidad y la maternidad, y sobre si uno amamanta o no, o si uno le da o no biberón a su bebé", dijo Swinson y exhortó a la gente a respetar las decisiones de los otros.
Lo cierto es que ésta es una decisión que tiene una larga historia.
Desde que hay bebés en el mundo ha habido madres que amamantan a sus hijos, aportándoles así nutrientes básicos y esenciales.
Y también ha habido bebés que han sido alimentados por biberones, cuando sus madres no han podido darles el pecho.
"Se habla de una era de oro en la que todo el mundo daba el pecho, y esa época nunca existió", dice Suzanne Barston, autora de "Biberones: Cómo la forma en que alimentamos a los bebés ha terminado definiendo la maternidad y por qué no debería ser así".
Durante siglos, cuando una madre moría en el parto o no podía amamantar, la lactancia quedaba a cargo de una nodriza, aunque había otras que optaban por darle mamadera.
"Hay evidencia arqueológica que llega hasta la antigüedad de la existencia de distintas clases de biberones y otros métodos de alimentación alternativos", señala Ellie Lee, directora del Centro de Estudios Culturales sobre el Rol de los Padres de la Universidad de Kent, en Reino Unido.
En ese entonces, como ahora, la lactancia no era siempre una opción.
"Si una mujer tuvo un parto difícil, si se enfermó luego, si no tiene leche o si tiene un absceso... son muchas las razones de salud que pueden hacer que una madre no esté en capacidad de amamantar", explica Nora Doyle, profesora invitada de la Universidad de Carolina del Norte, en Estados Unidos.
Es más, dice Lee, "siempre ha habido madres que trabajan". Y esto incluye a las nodrizas también, que dejan generalmente a sus propios hijos en la casa para alimentar a los bebés de otras mujeres más privilegiadas.
Vino y miel
En los años 50, el médico londinense Ian G. Wickes publicó un compendio sobre las prácticas de alimentación infantil a lo largo de la historia, incluyendo los cambios en la tecnología que hicieron posible la aparición del biberón, como lo conocemos hoy día, y el uso de leche de fórmula.
En la antigüedad, se alimentaba a los bebés con jarras de cerámica con una boca larga, un objeto que muchas veces se enterraba junto al bebé en su tumba. En la época del renacimiento, los europeos usaban cuernos de vaca a los que les añadían pezones de cuero, mientras que en el siglo XVIII y XIX se usaban pequeñas vasijas decoradas con complicados patrones en peltre o plata.
"No hay duda de que la leche materna no era el único alimento que se les daba a los niños" señala Wickes en su publicación, que compila las evidencias más tempranas de formas alternativas a la lactancia materna. Lo que ingerían depende de la época y de la cultura.
Los bebés de la Grecia antigua eran alimentados con vino y miel, mientras que a los niños indios de seis meses en el siglo II d. C. se les daban "vino diluido, sopa y huevos".
En EE.UU., la leche de burra era, a menudo, una alternativa adecuada a la leche materna.
La práctica de mamar de un animal, cómo los mellizos Rómulo y Remo de la mitología romana, también era una alternativa. Como lo documenta el libro "Leche: una historia local y global", de Deborah Valenze, las francesas del siglo XV alimentaron a sus críos con leche de cabra cuando dejaron de usar a las nodrizas tras una epidemia de sífilis.
Remplazos dudosos
El sustituto más común a la leche materna era la panada, una mezcla acuosa de dudoso valor nutritivo.
"Para ser honestos, alimentaban a sus niños con cosas muy raras", explica Doyle.
"Leche, harina, mantequilla derretida o una sopa de carne. Era una mezcla peculiar de cosas líquidas a las que a veces le añadían un poco de pan".
Esto tenía un precio: "Muchos niños alimentados así solían morir", dice Doyle. Durante la mayor parte de la historia, "no se tenía conocimiento de los gérmenes, por lo tanto no esterilizaban los utensilios que usaban para alimentar a los bebés", o no mantenían frescos los líquidos que usaban en remplazo de la leche materna.
Fue la relativa inestabilidad de estos métodos, junto con una explosión de la mortalidad infantil que acompañó al boom del empleo y la inmigración, producto de la revolución industrial, lo que impulsó a los médicos a buscar un método más seguro.
"A medida que las mujeres se iban sumando a la fuerza laboral, quiérase o no, muchos bebés se iban quedando sin alguien que los cuidase", señala Barston.
Estos niños eran alimentados a mano con biberones difíciles de higienizar, o, en muchas ocasiones, con leche de vaca rancia.
"Regalo del cielo"
Pediatras y una nueva clase de médicos listos para dejar su impronta comenzaron a buscar metodologías más confiables probadas científicamente. Como resultado surgió la fórmula.
"Solía ocurrir que si una mujer no podía amamantar, su niño no tenía grandes perspectivas. La fórmula fue un regalo del cielo", explica Barston.
En la primera mitad del siglo XX, la leche condensada era la opción de preferencia de las mujeres occidentales que no daban pecho.
La aparición de los biberones esterilizados en los 50 sumado a la preferencia cultural por lo nuevo y científico provocó un incremento en el uso de leche de fórmula. Y esto, a su vez, acarreó un cambio profundo en la salud de los bebés que no eran amamantados.
"Ahora no hay problemas –en el sentido de la seguridad- asociados a la alimentación por biberón", explica Lee. "Lo que se les daba a los bebés los enfermaba. Ahora, ninguno se enferma (por eso)", acota.
Este es un cambio que hubiese alegrado mucho a las mujeres del siglo XVIII y XIX, dice Lee.
"Las mujeres que he visto son muy prácticas. Esperan y quieren amantar, pero también son muy claras cuando es doloroso, cuando no funciona y cuando necesitan abandonar esta práctica", explica.
"Puede que no estén contentas con eso, pero si tienes un bebé, lo que quieres es mantenerlo con vida". Y esto significa alimentarlo de la forma que sea posible.
El debate sobre la leche de fórmula todavía sigue candente. Pero es claro que de todo lo que no es -lo mejor para los bebés, igual de nutritiva que la leche materna, barata- sí es, por sobre todas las cosas, una manera segura de alimentar a los bebés