La columna de Manfred Schwager: Porfiados
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Kawhi Leonard lo logró. Después de pasar la última temporada en recuperación por una misteriosa dolencia en su muslo, el alero consiguió sellar su salida desde San Antonio, donde hasta hace poco era señalado como el pilar de un nuevo ciclo de éxitos para los Spurs.
Sin embargo, las discrepancias en torno al tratamiento de la lesión que sufrió en los play-offs del 2017 –y cuyo diagnóstico público fue variando con el correr de los meses– provocaron un quiebre que luego se agudizó entre el jugador y la franquicia, cortando el diálogo y aislando a un Leonard que en varias ocasiones indicó su preferencia por volver a su California natal, idealmente a jugar por los Lakers.
Eso sí, por ahora su destino es otro: Toronto Raptors. Equipo que nunca estuvo entre las preferencias del jugador, por el que no pretende jugar según ha manifestado a sus cercanos, y que sin embargo le ofrece la mejor alternativa para retomar su nivel real y dejar atrás un año muy negativo para un tipo que, en plenitud de condiciones, es uno de los cinco mejores de la NBA.
Ahora Leonard debe decidir cómo aprovechar esta nueva temporada. Toronto puede beneficiarse de su aporte y volver a pelear la Conferencia Este, o bien soportar el capricho del alero y tener espacio de sobra para buscar nuevas estrellas en el próximo verano boreal. Esta flexibilidad deja a los Raptors como los grandes ganadores en esta pasada, que pueden configurar su futuro próximo como mejor les convenga.
Algo que conoce muy bien Carmelo Anthony, quien está pronto a volver al mercado tras un decepcionante paso por Oklahoma. Melo se ha hecho conocido por imponer sus deseos a los equipos para los que participa, forzando primero su paso desde Denver a Nueva York en 2011, y este año declarando que el rol que le daban en los Thunder no era el adecuado para su talento.
Pese a ser muy efectivo en la selección estadounidense, donde suma tres oros y un bronce olímpicos, su juego no se ha adaptado bien a las nuevas corrientes en la NBA, que priorizan el trabajo colectivo y el movimiento constante del balón contra la tendencia de Anthony de quedarse mucho rato con la pelota y apostar al juego individual.
Sacándolo de su plantilla –en un complejo traspaso que involucró a otros dos equipos–, Oklahoma se deshace de un problema en la cancha a la hora de armar sus quintetos y también en lo administrativo, evitando hábilmente pagar el impuesto al lujo en que habían caído por la alta suma de salarios que habían comprometido para esta temporada.
Ahora Anthony podrá negociar como jugador libre y sumarse al equipo que desee. Probablemente sea un elenco de segunda línea, donde puedan permitirle una titularidad en que falle varios lanzamientos claros y se despreocupe por completo de la defensa. Una suerte de recompensa a su porfía en la que, tal como Leonard con San Antonio, ha impuesto sus deseos sin mayor preocupación por el efecto que pueda tener en las franquicias involucradas o en su propia carrera.