Por Aldo Schiappacasse desde Venezuela.
Ayer lunes Luis Fernando Suárez, el técnico ecuatoriano, hizo lo que hacen todos los entrenadores. Puso a jugar a su escuadra titular contra los suplentes, que en este caso se paraban igualito a los chilenos. Tácticamente hablando, claro. O sea, con tres al fondo, dos carrileros, dos contención, dos salidas y un hombre en punta. Sicológico o no, el resultado fue contundente. Los titulares ganaron tres a cero.
En el entrenamiento de los chilenos también jugaron titulares contra suplentes. Quince minutos. Los suplentes jugaron igual que los titulares... chilenos. Empataron a cero. Y se cuidaron cada canilla como si fuera el tesoro del pirata Morgan. Jugaron lento -"porque la cancha estaba esponjosa"- y no llegaron nunca al arco, que parece ser la tendencia de esta selección modelo 2007.
La práctica no le gustó a nadie. Ni a los soldados de la custodia. Ni tampoco a Acosta, que tras breve diálogo con Basay, cambió todo. A Riffo (a quien cuidan entre algodones y que tendrá que vérselas con Carlos Tenorio, una aplanadora musculosa), a Fierro y a Fernández, estos dos últimos para dar paso a otra fórmula numérica, más cercana al 4-4-2.
No se alarmen. Acosta suele hacerlo. Modifica. Siempre modifica cuando no queda contento. Y como hace rato no anda contento, entonces modifica de nuevo. Y en esa búsqueda, se pone inseguro. Hoy dispuso, por ejemplo, entrenamiento secreto. Un clásico del fútbol chileno.
Una vez, en Francia 98, el "calvo estratega" (me encanta esta elipsis) dispuso una "práctica privada" en Merignac, una comuna cercana a Burdeos. Los periodistas, sujetos a la severa disciplina mundialista, ni intentamos espiar, ni colarnos, ni nos subirnos arriba de un árbol, como dicta la regla. Así como los presos están para fugarse y los gendarmes para impedirlo, el primer mandamiento del periodista deportivo es sapear la práctica privada. Aquella vez dimos media vuelta y nos fuimos al centro de prensa, que tenía amplios ventanales que daban...a la cancha donde se hacía el entrenamiento. El Coto Espinoza -jefe de prensa de la época- corrió desaforado y consiguió una mesa de pinpón para poner como cortina y una sentida apelación al "honor" para que nos tapáramos los ojos.
Yo, por supuesto, no cumplí. Vi una práctica sosa, fome y llena de interrupciones donde la idea era tirársela lo más rápidamente posible a Zamorano y Salas. También me subí a un techo antes de España 82, me escondí en un baño en Paysandú y, debo confesar, mi mejor espíritu de reportero nace cuando hay un entrenamiento secreto. Me recuerda los tiempos del cine erótico cuando tenía 14, y me las ingeniaba para entrar a ver a Laura Antonelli, con la diferencia que la táctica fija de la selección está lejos de provocarme como la voluptuosa protagonista de Malicia.
Estoy demasiado viejo y gordo como para arrastrarme entre los arbustos del Centro Italo-venezolano. Pero les juro que haré mi mejor esfuerzo por pasar una mañana entretenida develando "los secretos" que nos guarda un equipo que, ahora sí, parece haber perdido toda brújula y seguridad en sí mismo. O que, en una de esas, está trabajando a toda máquina para que el vivo de Luis Fernando Suárez se coma su rigor. Chile, señores, no se replica en un pinche entrenamiento.