Por Rodrigo Hernández desde Miami
A diferencia de la mayoría de las islas del sur de la Florida para llegar a Fisher Island hay que hacerlo en ferry. Y no es porque el condado o quienes viven ahí no puedan costear un puente
es simplemente porque no hay mejor forma de mantener la exclusividad de un lugar donde el departamento más pequeño, un estudio, cuesta un millón de dólares.
Subirse a la embarcación no es sencillo. En el Terminal hay tres carriles para los vehículos, uno para los propietarios, otro para los socios del club de golf y un tercero para las visitas, que deben estar registradas en un cuadernillo.
Lógicamente, los dos primeros tienen prioridad y si el ferry se completó hay que aguardar el siguiente nomás. A veces, la espera se prolonga por varios minutos porque por el mismo canal zarpan los cruceros a mar abierto y el oleaje que provocan puede ser peligroso para la estabilidad del pequeño barco.
El sitio es imponente. Y ningún auto que cruza cuesta menos de 40.000 dólares. En el centro de la isla está emplazada una bellísima cancha de golf y a su alrededor se levantan lujosos edificios con vista a los 18 hoyos y el océano Atlántico. Tiene club house, canchas de tenis, embarcaderos con yates de lujo, playa privada y restaurante con vista al mar. Nada fue dejado al azar.
Media hora antes de la hora acordada me presento en la recepción donde una joven certifica que "Mr. Agassi" tiene pactada una entrevista a las 16:00 horas. Busca el número de su departamento y lo llama por teléfono, pero no hay respuesta. Pide que no me preocupe y espere junto a la piscina porque el ex número uno del mundo va a llegar a la hora convenida.
A las 15:55 vuelvo al ataque con el interés de conocer la locación donde haríamos la nota. Para mi sorpresa la recepcionista llama a un asistente que me conduce en un carro de golf a un edificio distante a unos 150 metros. Nos bajamos, pero en vez de dirigirnos a algún salón, enfilamos directo al ascensor. De ahí al cuarto piso y, enseguida, al departamento 4722. El empleado, con la certeza de la misión cumplida, se retira.
En la puerta están unas zapatillas de tenis, unas hawaianas de mujer, un par de zapatos de niño y un periódico envuelto. Huelo que algo anda mal, que estoy absolutamente fuera de protocolo, pero como ya no hay vuelta atrás y estoy jugado, toco el timbre. Son las cuatro en punto (16:00 horas).
La puerta se abre. Trago saliva. Es el mismísimo Andre Agassi, en polera sin mangas, short y descalzo quien se asoma y me mira con desconcierto. Sólo atino a decir que soy el periodista chileno que viene a entrevistarlo, él algo incómodo, responde que estaba durmiendo, que ese no es el mejor lugar para conversar y que me espera en el lobby en cinco minutos.
Tras el primer cara a cara con Agassi y totalmente convencido de la metida de pata bajo a la puerta del edificio, sin saber lo que me esperaba. Quizá el tipo se había molestado, quizá mandaba a decir con un guardia que la entrevista se cancelaba, quizá de la media hora prometida me recibía cinco minutos...
Nada de eso. El "Pelado de las Vegas", el campeón de ocho Grand Slam, el número uno del mundo más veterano de la historia, se hizo presente a los cinco minutos. Clavados. Se había cambiado de polera, puesto jeans y zapatillas. Saludó con amabilidad, reiteró que estaba durmiendo y me invitó a subir a un carro de golf. "Yo conduzco", dijo.
En la ruta al club house me mostró unas ampollas en su mano derecha. Había entrenado por la mañana con Andy Murray y me explicaba que las heridas eran producto de su inactividad. En eso estábamos cuando sonó su celular. Era su agente para advertirle que se había producido una severa descoordinación, pero él con total relajo se limitó a decir todo está en orden.
Entrevista y más anécdotas
Una vez en el destino y tras saludar gentilmente a un par de personas que lo reconocieron buscamos un lugar apropiado. Entramos a un salón, acogedor, privado, pero a Agassi no le agrada. "¿Por qué?", le pregunto. "Porque la música ambiental te va ensuciar la grabación", me contesta. Un fenómeno.
Finalmente, llegamos a un pequeño comedor. Ahí se siente a gusto. Aún preocupado por la interferencia, le pregunta al mozo si puede cortar la música ambiental. El empleado lo hace y comienza el mano a mano, 30 minutos en los que no le hizo el quite a ningún pregunta.
Dijo que Roger Federer era mejor que Pete Sampras, que nunca se preocupó si era o no más popular que "Pistol" en Estados Unidos, que agradecía haber tenido una carrera tan exitosa y que estaba cansado de la sobre exposición.
De los chilenos, comentó que Fernando González puede seguir subiendo y que Nicolás Massú era un gran luchador. Sobre Marcelo Ríos no escatimó elogios por su talento, pero aseguró que le faltó disciplina para haber tenido una carrera más larga. También dijo que le sorprendió que nunca hubiese ganado un Grand Slam.
Agotados los temas, el ex campeón de Australia, Roland Garros, Wimbledon y US Open no se retiró. Me pidió que le contara algo más de Chile y confidenció que probablemente viajará con su familia. Luego, esbozó su mejor sonrisa para una instantánea con el micrófono de Radio Cooperativa. "Claro, así la gente sabe que estoy entusiasmado por conocer tu país", replicó.
Casi una hora después de haber tocado impertinentemente el timbre de su departamento Agassi se retira, sube al carro de golf y viaja de retorno a casa donde le esperan Steffi Graf y sus dos hijos. Yo, en cambio, luego de semejante "notón", me dirijo al restaurante para celebrar con una cerveza bien helada. "Please, one Corona", le digo a la niña que atendía. A los pocos segundos trae una bandeja de panes y pregunta el número de departamento. "No, Ill pay cash", le respondo. "Lo siento me dice en inglés acá todo se carga a la cuenta de los propietarios".
Resignado, me estoy parando cuando la chica en perfecto español me pregunta "¿Es usted chileno?". "Sí", le digo yo... "Ah, es que yo soy de Viña del Mar", agrega. Y como premio de consuelo me dice pero puede quedarse un rato aquí si quiere. ¡Plop! Igualito al chiste de Sandy.