Las despedidas siempre son tristes; bueno, casi siempre, porque Black Sabbath oscureció este sábado por la noche el Estadio Nacional y lo nombró la nueva sede del infierno tras la última presentación en Chile de los llamados padres del heavy metal.
Más de 60.000 fanáticos uniformados con camisetas negras y melenas, que en muchos casos no aguantaron el paso inexorable del tiempo, presenciaron la misa negra que ofició el incombustible Ozzy Osbourne, junto a sus secuaces Tony Iommi y Geezer Butler, en su gira de despedida "The End".
La homónima "Black Sabbath" fue el preludio del concierto, tal como lo fue en la Inglaterra de 1970, cuando esta canción, que según palabras del mismo Osbourne es la melodía más aterradora de la historia, le dio el nombre al primer disco de la banda y cimentó las bases del metal.
Un viaje a la nostalgia, pero también a la tristeza que genera la partida de esta emblemática banda británica en años en que los sonidos que dominan son muy diferentes. Eso fue lo que sintieron los fans tras escuchar clásicos incombustibles como "Fairies wear boots", "After forever" y Into the void".
Criticada por algunos, pero defendida por muchos, la voz del "Príncipe de las Tinieblas" se mantiene incólume sin importar el paso del tiempo.
El rasposo aullido de Ozzy emocionó al público del Nacional, e incluso al guitarrista de la banda Tony Iommi, quien sonreía cada vez que Osbourne llegaba tarde con la voz. Pero, ¿quién se puede enojar cuando se lleva tocando más de 40 años juntos? Cuatro décadas, pero con alguno que otro salto, eso sí.
Tras pasar "Snowblind", una apología de la cocaína, las luces se apagaron y comenzó a sonar una sirena que recordaba los instantes previos a los bombardeos de ciudades durante la Segunda Guerra Mundial. Fue el anuncio de "War pigs", el tema que paralizó 60.000 corazones y uno de los puntos más altos de la jornada.
Batería de clásicos
La particular misa negra de la banda continuó con "NIB", que fue antecedida por el clásico solo de bajo de Geezer Butler, para proseguir con "Rad salad", una canción instrumental que utiliza la banda para darle descanso a Ozzy. Por muy especial que sea la genética, 67 años le pesarían al mismísimo Supermán.
La ceremonia se acercó a su fin con los clásicos "Iron Man", "Dirty woman" y "Children of the grave", antes de dar paso a la poderosa "Paranoid", que desató la locura en el Estadio Nacional y que cerró el ceremonial tras poco más de hora y media de liturgia rockera.
Es el fin, pero con comillas, porque la anterior gira de Black Sabbath también se supone que era la última. Lo que hace casi seguro que esta vez sea verdad es la avanzada edad de los tres jinetes del apocalípsis metalero, que difícilmente podrán volver a interpretar "Never say die".
Aunque, a decir de médicos y científicos, la excelente salud de Ozzy Osbourne es un "milagro de la ciencia", pese a los años de abusos y excesos del inglés. Quizá como solista se le vea una vez más, tras la demostración de este "Sabbath bloddy sabbath".
¿Música satánica? Una etiqueta más que discutible, porque pese a que las letras de sus canciones hablan del diablo y el infierno, Osbourne siempre se despide con un "¡Que Dios los bendiga!".
La gira "The End" continúa ahora en Argentina, Brasil, Alemania e Irlanda, para concluir el próximo 4 de febrero en la ciudad donde comenzó todo: Birmingham. Al menos para los chilenos las presentaciones en vivo de Sabbath terminaron, pero los riff pesados permanecerán, porque hoy los ingleses nombraron a Santiago la nueva sede del infierno.