El francotirador de la Marina estadounidense Robert O'Neill, que afirma haber disparado mortalmente a Bin Laden en su refugio de Abbotabad (Pakistán), no le da más importancia a este episodio, ya que sostiene que no duda de que acabó con una "amenaza para su equipo".
En una entrevista por videoconferencia con Efe con motivo del lanzamiento en español de su libro, O'Neill afirmó que "asumí que era un suicida con bomba y era una amenaza para mi equipo, y como no se estaba rindiendo, según mis reglas de enfrentamiento, lo consideraba una amenaza y ya está".
El militar norteamericano contestó así a la ya clásica cuestión moral sobre el francotirador que dispara a un contendiente y se plantea si es una ejecución o es un objetivo legítimo.
Preguntado por las últimas palabras del terrorista más buscado del siglo en aquella jornada del 2 de mayo de 2011, O'Neill aseguró que: "No le escuché decir nada. No estaba diciendo nada, se estaba moviendo con su esposa frente a mí. No dijo nada y yo tampoco dije nada. No se dijo nada".
"Las últimas palabras que escuché fueron del compañero que estaba enfrente mío y recuerdo subir detrás y que me dijo que teníamos que subir escaleras arriba para entrar", aclaró el francotirador.
"Subí, giré a la derecha y Bin Laden estaba allí y era una amenaza. No se estaba rindiendo y asumí que podía llevar un chaleco con explosivos por lo que debía afrontarlo como un terrorista suicida y le disparé a la cabeza", puntualizó.
A la cuestión de si habían mantenido contacto visual explicó que estaba oscuro y él portaba un visor nocturno. "Vi su cara, su nariz y reconocí su barba y su cabeza y estaba más delgado de lo que creía", agregó.
Una vez hecho público el suceso, cuyo testimonio gráfico fue retratado con el entonces presidente estadounidense, Barack Obama, junto a sus colaboradores en las dependencias de máxima seguridad de la Casablanca, comenzaron las filtraciones.
Las divergencias en el relato, el supuesto paradero del cadáver, oficialmente lanzado al mar, el alegado desconocimiento de las autoridades paquistaníes de la operación para capturar o ejecutar a Bin Laden terminaron por fracturar la cohesión de aquellos miembros de los grupos de élite.
Convertido en un héroe - aunque son distintas y contradictorias las versiones sobre la autoría de quien disparó- en el museo memorial del 11-S de Nueva York su camisa figura entre los objetos dedicados por el equipo de los SEAL, lo que no ha impedido la quiebra de la confianza entre sus compañeros.
"No veo como se puede evitar. En las dos grandes misiones que estuve involucrado vi como surgían los celos, una cuando rescatamos al capitán Philips de los piratas (somalís) y la otra con Bin Laden", puntualizó.
Se trata de "objetivos de tan alto perfil, con los que la gente sobre el terreno, que es tan buena en lo que hace, se queda frustrada si no participa. Y así es. Es una desgraciada realidad".