"Va más allá de lo que hayamos visto antes", dijo hace unos días el secretario de Defensa de Estados Unidos, Chuck Hagel, refiriéndose a Estado Islámico (EI), el grupo antes conocido Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS por sus siglas en inglés).
Según Hagel, no se trataría de un grupo terrorista, sino de un proyecto de Estado con armas sofisticadas, una ideología totalitaria, y abundante financiación que procede de apoyos externos y la toma de recursos para proseguir su ofensiva y sentar las bases de su califato.
Hasta hace pocos meses ISIS era uno entre diversos grupos armados sunitas radicales que se oponían al régimen de Bashar al Assad en Siria. Ganó notoriedad por separarse de al Qaeda, a la que acusó de no ser suficientemente radical.
Ya convertido en EI, es ahora la manifestación más violenta de la insurgencia sunita que pretende imponer una versión ultraconservadora del Islam, contra lo que consideran una expansión del chiismo liderado por Irán, con fuerte influencia en Irak, en la región.
El asedio y expulsión de la minoría cristiana de los yazidíes en Irak y la decapitación del periodista estadounidense James Foley son los ejemplos más recientes de la brutalidad con que actúa.
Al hecho de que se presenten como un Estado y no como un grupo armado y las atrocidades que han cometido, suma otro punto que llama su atención: su gran capacidad económica.
Controlar fuentes energéticas
Irak es el segundo mayor productor de petróleo del mundo después de Arabia Saudita.
Y EI ahora controla zonas clave de la industria petrolera iraquí en el norte de Irak: Mosul produce alrededor de dos millones de barriles de petróleo diarios, el grupo tomó en su momento la planta de gas de Shaar y Baiji alberga la mayor refinería de petróleo del país.
Desde esa zona, los insurgentes, cortaron el suministro de crudo a Turquía a la vez que intentan controlar las abundantes fuentes energéticas en el Kurdistán iraquí.
El grupo no se plantea destruir las fuentes energéticas que conquista militarmente. El objetivo es usar los beneficios para la construcción del Estado islámico o califato.
En las últimas dos décadas otros grupos armados han establecido redes económicas ilícitas para su financiación, compra de armas y el enriquecimiento de sus líderes.
En Liberia y Sierra Leona, por ejemplo, proliferaron en los 90 grupos que competían por la explotación y tráfico de diamantes.
En Afganistán, el cultivo de amapolas es la principal fuente de ingresos del Talibán y otros sectores políticos, mientras que en Colombia ha habido diversos vínculos entre grupos insurgentes, paramilitares, personalidades políticas y el narcotráfico.
En el caso de Estado Islámico, esta organización ganó experiencia en Siria antes de dar el salto a Irak.
"Una de las razones por las que EI ha sido capaz de crecer tan fuertemente es que pudo extraer recursos y militantes de Siria", dice Patrick Cockburn en su libro The Jihadis Return: ISIS and the New Sunni Uprising (El retorno de los yihadistas: ISIS y el nuevo levantamiento sunita).
En Irak gana terreno gracias a los agravios sufridos por la comunidad sunita que, después de la invasión de Estados Unidos y sus aliados en 2003, se vio marginada y reprimida por gobiernos chiitas, especialmente el del primer ministro saliente Nuri al Maliki.
Al mismo tiempo, mandos militares de Saddam Hussein y funcionarios del Partido Baas, expulsados de sus puestos después de la invasión, se han aliado con EI.
El método del EI de usar los beneficios de las fuentes energéticas para imponer regímenes autoritarios no es novedoso.
Peter Custers, autor del libro Questioning Globalized Militarism (Cuestionando el militarismo globalizado), indica que muchos gobiernos de la región usan los ingresos del petróleo para comprar a Estados Unidos y Europa armamento pesado y armas para reprimir a sus poblaciones.
Circuitos y conexiones
Theodore Karasik, del centro INEGMAS (Dubai) y Robin Mills, autor del Libro The Myth of the Oil Crisis (El mito de la crisis del petróleo), calculan que EI ingresa un millón de dólares al día por la explotación del petróleo iraquí.
El mismo analista sostiene que sumando los beneficios en este país y Siria, podrían conseguir 100 millones de dólares al mes. Con visión de mercado, EI vende los barriles a 30 dólares (el precio internacional supera los 100 dólares por barril) a través de intermediarios en Turquía y Siria que lo introducen en el mercado negro.
Pero el petróleo no es la única fuente de ingresos de EI.
En el caso de Siria, un estudio del centro de análisis del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR por sus siglas en inglés) indica que "una economía de guerra se está afianzando en Siria, particularmente en zonas controladas por la oposición, creando nuevas redes y actividades económicas que alimentan la violencia".
La investigación sostiene que EI y otros grupos armados están implantando un sistema de impuestos en las zonas que conquistan al tiempo que promueven actividades ilícitas como el robo de reservas monetarias en bancos provinciales, contrabando de coches y armas, secuestros y controles en carreteras.
EI se ha apoderado además de gran cantidad de armas del ejército iraquí y grupos armados sirios contra los que combate.
En Siria algunos grupos desmantelaron fábricas y vendieron las infraestructuras en Turquía.
Y según Jihad Yazigi, autor del informe para ECFR, en otros casos, los líderes de grupos armados están interesados en prolongar las batallas para seguir recibiendo aportes extranjeros.
Esta economía de guerra crea incentivos para diversos individuos y actores que no tendrían interés en que cese el conflicto.
A la vez, los nuevos circuitos económicos informales que controlan fuentes energéticas, contrabando, robo y venta de armas, secuestros, impuestos especiales a las minorías religiosas, y los controlados por las autoridades operan sin conexión entre sí.
Pero algunos sí se vinculan con el gobierno vendiéndole por un lado lo que le quitan por otro, asegura el informe del Consejo Europeo de Relaciones Internacionales. El resultado es una desintegración del Estado desde su base económica.
Estados débiles y sectarismo
El apoyo sostenido de Arabia Saudida y países del Golfo Pérsico a los sunitas frente a los chiitas y sus aliados está en el origen del éxito económico de EI y otros grupos yihadistas, afirman el periodista Patrick Cockburn y otros analistas. Riyad, Kuwait y otros países, e individuos, han canalizado cientos de millones de dólares a los grupos insurgentes sunitas en Siria.
Como ocurrió en Afganistán con el apoyo que los insurgentes recibieron en los 80 de países occidentales, EI ha crecido gracias a la combinación de debilidad estatal, sectarismo por parte del Estado, y apoyo externo económico y militar a la insurgencia.
Para el régimen del presidente sirio Bashar al Assad esta fragmentación de la economía le supone perder ingresos que necesita para suministrar servicios y mantener apoyo en las zonas que controla, pagar el ejército, y comenzar la reconstrucción de Siria.
En Irak, el nuevo primer ministro Haidar al Abadi tiene menos territorio y recursos energéticos para lanzar una política más inclusiva.
Expertos en terrorismo discuten si EI podrá instaurar un Estado y consolidar una estructura económica.
Para Yezid Sayigh, del Carnegie Middle East Center, EI sólo es fuerte donde tiene apoyo, el cual podría disminuir ante sus brutales formas. La resistencia de los kurdos iraquíes y lo que quede del Estado iraquí apoyado por Estados Unidos puede frenarlo, pero no hacer que desaparezca.
Por otra parte, crear y mantener una economía estatal es complicado. En muchos casos, la infraestructura para explotar el petróleo y gas es antigua y necesita una renovación tecnológica que le será difícil obtener.
Estado Islámico y su modelo de economía política, y el papel de los actores externos, han complicado aún más la región.