Joubert Yanten Gomez, que usa su nombre indígena Keyuk Selk'nam, de 24 años, no sabía que por sus venas corría sangre indígena.
Sólo cuando cumplió ocho años se enteró de que la familia de su madre descendía de los selk'nam (conocidos también como ona), una tribu nómada que se estableció en Tierra del Fuego. Keyuk ha dedicado su tiempo a recuperar el idioma selk'nam, viajando a la tierra de sus ancestros.
Mi madre no me dijo que tenía antecedentes selk'nam porque pertenece a una generación de nietos de indígenas que cortaron la transmisión de su herencia.
En aquel entonces lo socialmente aceptable era ser blanco, y ser indígena era motivo de vergüenza, no era algo bien visto por la sociedad.
Mi papá desciende de colonos blancos, pero se crió en una comunidad mapuche. Yo crecí con gente indígena a mi alrededor.
Cuando me enteré de que tenía sangre selk'nam, fue un motivo de orgullo, pero también sentí una responsabilidad. Sentí que tenía que investigar más sobre ello.
Me fui dando cuenta de que en mi casa, aunque vivíamos como chilenos de cultura occidental, se mantenían algunas prácticas no compartidas con el resto.
Un ejemplo eran las prácticas religiosas. Cuando mi mamá pedía algo, oraba a sus antepasados, no a Dios, como los católicos.
Una vez rota esa barrera, mi mamá me presentó al resto de su familia, que yo no conocía, sobre todo a un tío suyo.
Vergüenza
Al principio, él se mostró reticente a transmitir su cultura y responder a las preguntas que yo le hacía.
Pero, poco a poco, se dio cuenta de que no quería burlarme, sino que mi interés era genuino, y empezó a enseñarme cosas del idioma selk'nam.
Creo que mi tío no era hablante, porque no podía traducir muchas cosas que yo le preguntaba, pero sabía frases que había memorizado. Esto fue fundamental para empezar a acercarme al idioma. Fue muy útil.
Aunque muchas de las frases que me enseñó eran insultos, había otras frases cortas, como "estoy cocinando carne" o "tú eres un niño".
Había cosas que él me decía, como por ejemplo "esta es mi tierra", que yo escribía, pero al llegar a casa no me acordaba de cómo se pronunciaban.
Algunas cosas me las corregía mi mamá, pero pocas, porque no se acordaba de casi nada.
Cuando mi tío murió, intenté conversar algunas frases con mis primos, pero me di cuenta de que no las entendían, porque nunca se habían preocupado por aprender.
Entonces me dije: algún día, cuando vaya a Tierra del Fuego, me van a entender y voy a poder aprender.
Pero resulta que no quedaba nadie que hablara el selk'nam, como aprendí un día viendo un documental en la televisión sobre los yagan (o yámanas, otro grupo indígena).
Decían que sólo quedaban dos hablantes de su lengua, que se iba a extinguir, y que lo mismo pasaba con el idioma de los selk'nam.
Pensé entonces que no iba a seguir con ello, que era algo bonito pero que ya no podía hacer nada más.
Sin embargo, algo en mí me decía que debía continuar: sentí que mis ancestros me encomendaban esa labor, a través de la inquietud que yo tenía.
Búsqueda
Empecé buscando conexiones familiares en Punta Arenas y descubrí que había grabaciones del selk'nam que habían hecho unos curas en el 1800.
Las escuché y empecé a hacer comparaciones entre lo que conocía por escrito y lo que decían esas grabaciones.
Por eso, yo digo que en rigor estricto soy un reconstructor del idioma.
Hay palabras que nunca he escuchado, pero creo que es mejor usarlas aunque no sepa cómo se pronuncian, que no utilizarlas nunca.
Las palabras modernas, las creo como se crean los neologismos en otras lenguas.
Los antropólogos y los medios de comunicación no tienen la última palabra sobre esta cuestión. Alimentan el estereotipo de un pueblo muerto.
Al decir que alguien es el último de su comunidad, le estás quitando validez a sus descendientes, como si los nietos o los biznietos dejásemos de ser selk'nam.
Cuando viajé a Puerto Williams (capital de la provincia de la Antártica chilena), conocí la postura política y social que allí tenían sobre su propia historia, sobre su propia identidad.
La gente tiene incorporado ese estigma. A mí me dicen que soy el último hablante, y entonces cuando me van a conocer esperan conocer a un anciano.
Pero yo no soy el último hablante, porque puedo transmitir la lengua a las generaciones más jóvenes, a mis hijos, y entonces no voy a ser el último. Ahora soy el único, pero no el último.
La última hablante
La abuela Cristina, de la comunidad yagán, fue considerada la última hablante. Ella quería que la trataran también como la única, porque tenía esperanza de poder transmitir su idioma.
Sus intentos fueron en vano, por lo que lamentablemente sí se la considera la última.
Pero ella se puso a intentarlo a los 70 años y yo tengo 24, aún tengo esperanza.
En este proceso de búsqueda fue aprendiendo cosas, como la arquería o la caza, cosas que hacían mis ancestros, para poder enseñarlas el día de mañana.
El año pasado trabajé con un lingüista, Luis Miguel Rojas-Berscia, a Tierra del Fuego, donde vivía una abuela que se llama Herminia Vera.
Ella decía que había hablado selk'nam de niña, pero luego la obligaron a hablar sólo en español.
Sin embargo, cuando aprendes un idioma de niño, los lingüistas creen que nunca se extingue del todo en ti.
Cuando la fui a visitar, al principio la comunicación fue difícil, pero poco a poco se fue soltando y hablando de forma más fluida.
Llegó un momento en que nos pusimos a grabar, y pudimos grabar más de una hora de nosotros conversando en idioma selk'nam.
Entonces tuve la oportunidad de conversar con una anciana en selk'nam. El idioma estuvo vivo por una hora en ese momento y se volvió a escuchar en la tierra un siglo después de haber sido considerado muerto.
Ella murió en septiembre del año pasado y, entonces, yo volví a ser el único hablante.