Seguramente hubo trabajo de sobra para los relojeros de Corea del Norte en estos días.
El país asiático ha decidido atrasar su hora oficial en 30 minutos desde este sábado, después de que el gobierno anunció con pompa la creación de un huso horario exclusivo.
La "hora de Pyongyang", se llama.
Establecer una hora que nadie más comparta es un gesto simbólico de ruptura con el pasado de ocupación japonesa: Corea del Norte se había visto obligado a ajustar el reloj para alinearse con Tokio, a comienzos de la década de 1920.
La fecha elegida para la transición es por demás elocuente: el día en que se celebran los 70 años de la expulsión de la península coreana de las tropas de Japón, tras la Segunda Guerra Mundial.
Y es visto por muchos como una manera de apuntalar la popularidad del "líder supremo", Kim Jong-un.
"Los malvados imperialistas japoneses cometieron crímenes imperdonables tales como privar a Corea de su hora estándar", señaló un comunicado del máximo órgano legislativo del país, distribuido para anunciar la modificación horaria por la agencia estatal KCNA.
Corea del Norte se ha convertido así en el último país en sumarse a una lista de "disidentes horarios" de larga data. Países que han decidido ignorar lo que dicta la convención internacional y la geografía.
"No es posible trazar una línea recta de norte a sur sobre un mapa y pretender que los países la acaten como si nada. Los países tienen autonomía para decidir los límites de sus zonas horarias y esto, sin duda, es un asunto que con frecuencia se vuelve político", le dijo a BBC Mundo Rory McEvoy, curador de Relojería del Real Observatorio de Greenwich.
Un sistema ¿a medida de todos?
Pero retrocedamos un momento en el tiempo.
Hasta el siglo XIX, no existía un modo unificado de establecer la hora. Cada ciudad determinaba la suya usando como guía el sol: el punto más alto marcaba el mediodía, sin más.
Pero eso significaba que ciudades cercanas con frecuencia tenían horarios diferentes. Unos 300 kilómetros de distancia bastaban para obligar a correr las agujas unos minutos, lo que resultaba una verdadera pesadilla para coordinar transacciones y viajes.
La expansión de la red ferroviaria y la revolución industrial dejaron en evidencia la necesidad de crear un sistema horario estandarizado y global.
Fue en la Conferencia Internacional del Meridiano de 1884 que se decidió la división del mundo en 24 husos horarios, uno por cada hora del día: franjas de norte a sur, cada una de 15 grados de longitud para cubrir en conjunto los 360 grados de la longitud terrestre.
Cada huso representa una hora, de tal modo que al moverse una franja hacia el oeste habrá que adelantar el reloj 60 minutos o retrasarlo cuando se viaja en dirección al oriente.
El sistema fue conocido como Tiempo Medio de Greenwich (GMT, en inglés), luego rebautizado Tiempo Universal Coordinado (UTC, en ingles).
Y con él, llegó la política a los relojes.
A cada cual su hora
La política es ciertamente una de las fuerzas detrás de la partición del mundo en muchas más zonas horarias que las 24 originalmente creadas: actualmente hay unas 40 en uso.
Y muchos países se niegan a alinear sus relojes según el mandato del meridiano. Después de todo, la adhesión al sistema GMT ha sido voluntaria desde el inicio.
Afganistán o Irán, por caso, bien pueden esgrimir razones de posición geográfica para estar fuera de sintonía: ambos países tienen una parte de su territorio en una zona horaria y el resto, en la de al lado.
Para resolver el dilema, optaron por partir la diferencia y poner los relojes 30 minutos fuera de la marca GMT.
Otros, en tanto, han utilizado sutil o explícitamente sus políticas horarias como herramientas de gestión o incluso de propaganda.
El tiempo que marca el reloj revela dónde está ubicado el poder.
El caso de China, por ejemplo: con un territorio vasto que cubre 5.000 kilómetros y cinco husos horarios, el gobierno decidió sin embargo que unificaría el país bajo una misma hora, la de Pekín.
La llamada Hora Estándar de China (CST, en la convención universal) fue establecida en 1949 para azuzar el sentimiento de unidad nacional durante las primeras épocas del Partido Comunista en el poder.
Esto significa que las ciudades en el oeste de China tienen mañanas sin luz solar y atardeceres tardíos desde hace más de 60 años.
Salvo por un pequeño foco de resistencia: la región de Xinjiang, donde vive la minoría musulmana uigur, estableció su propio horario no oficial, con dos horas de diferencia de Pekín, para mandar un mensaje claro al todopoderoso gobierno central.
Al que madruga...
También India está unificada bajo una misma zona horaria, que fue establecida tras la independencia.
Durante los años bajo el dominio británico, entre 1858 y 1947, el país había sido partido en dos husos, con lo cual el gesto de reunificarlo se volvió una manera visible de cortar lazos con el pasado colonial.
En la práctica, significa que un habitante del extremo este del país ve amanecer 90 minutos antes que su par del oeste... pero ambos tienen en sus relojes la misma hora oficial.
Aunque muchos encuentran artilugios para saltearse la convención. En el estado oriental de Assam, por ejemplo, se usa la llamada "hora del jardín de té", 60 minutos por delante de Nueva Delhi, con el objetivo de aumentar las horas de luz natural en las plantaciones de té, que son clave para la economía del país.
Más recientemente, Venezuela cambió su horario por razones parecidas, después de 45 años de relojes inalterados.
El entonces presidente, Hugo Chávez, decidió en 2007 una abrupta vuelta de reloj –o media vuelta, más bien, ya las manecillas se atrasaron 30 minutos para dejar al país 4,5 horas detrás del meridiano de Greenwich– como una vía para mejorar la productividad del país con más horas de luz en la mañana.
Según el mandatario, la nueva hora oficial traería una más justa "distribución de amaneceres".
"Al menos le estamos dando media hora más de sueño a todo el mundo para que comience sus actividades con la mayor cantidad de luz posible", explicó el entonces director del Ministerio de Ciencia y Tecnología, Omar Marcano.
Los críticos, sin embargo, interpretaron la medida como un capricho propio del nacionalismo chavista, que ya se había encargado de modificar bandera, Constitución y hasta el nombre del país.
También como una rebelión contra las normas –el GMT, en este caso– establecidas por países "imperialistas", contra los que el fallecido mandatario se mantenía en pie de guerra.
Adelante y atrás
Rusia es tal vez el ejemplo proverbial de cómo el juego político se traduce en el reloj. El país ha aumentado y reducido el número de franjas horarias en su territorio un sinfín de veces.
Actualmente está dividido en 11, más que ningún otro país del mundo y bastante cerca de las 12 que debería tener si se siguiera al pie de la letra el modelo GMT.
Pero esta subdivisión es relativamente reciente: entró en vigor en marzo de 2010, cuando el entonces presidente, Dimitry Medvedev, eliminó dos husos completos para simplificar su administración y dejar como legado "una Rusia más eficiente".
Un año después, también abolió el cambio de hora estacional, que se usaba para marca el paso de verano a invierno desde la era soviética: quería establecer, según dijo, un horario de "verano permanente".
La medida indignó a muchos de sus compatriotas, sobre todo en las regiones que permanecían sin luz solar hasta bien entrada la mañana.
Tan pronto Vladimir Putin lo sucedió en el poder, se encargó de dar marcha atrás con ambas medidas.
Pero eso no es todo: en 2014, el Kremlin anexó la región de Crimea y la obligó a cambiar su reloj para alinearse con Moscú, pese a que ello no tiene sustento en la geografía ni en la lógica del GMT.
Lo mismo ocurre con muchos otros cambios de reloj: son decisiones que tienen poco que ver con la rotación terrestre, el horario solar y las coordenadas reales, sino que derivan de las "políticas del tiempo" de los gobiernos a cargo.
Como el dinero, el tiempo es poder.