Pese a que su imagen se vio afectada en los últimos años por diversos escándalos, incluido un caso de corrupción que salpicó a su familia, su abdicación este lunes resultó sorpresiva para muchos españoles, que no conocieron otro rey que a Juan Carlos I y a quien muchos reconocen su papel fundamental en la consolidación de la democracia en España.
El monarca fue protagonista de un siglo intenso para su país. La España que hoy se despide de él como rey es bien diferente de aquella que lo recibió por primera vez en noviembre de 1948 cuando Juan Carlos, entonces un niño de diez años, dejó atrás a su familia en la ciudad portuguesa de Estoril y partió en un tren rumbo a Madrid para educarse en el país del que un día sería rey.
"Juanito", tachado de guapo y tonto, estaba destinado por Francisco Franco para perpetuarse. Pero las cosas no ocurrieron exactamente de acuerdo con ese plan.
Sus décadas de reinado no solo dejan tres hijos y ocho nietos, entre ellos su sucesor, Felipe, sino un amasijo de emociones, transformaciones y polémica que erizan a la sociedad española cuando mira hacia atrás.
Su papel frente al golpe
Juan Carlos I de Borbón y Borbón-Dos Sicilias fue proclamado rey en 1975, a la muerte de Franco. "Juan Carlos fue el rey designado por Franco, no por los españoles", señalaron por décadas republicanos y partidos como Izquierda Unida.
Sin embargo, el reconocimiento a su papel en el período de transición fue amplio. En particular, su actuación después del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, cuando un grupo de guardias civiles tomaron el Congreso de los Diputados.
Franco llevaba seis años muerto pero la democracia española era frágil y los golpistas esperaban el apoyo del rey.
Un taciturno y joven rey salió entonces en la televisión con una voz gangosa para condenar el golpe.
"La Corona no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático", subrayó frente a millones de españoles.
"Hoy somos todos monárquicos", exclamaba el histórico líder comunista Santiago Carrillo. En parte gracias a este episodio, muchos españoles se consideraban juancarlistas, más que monárquicos.
Esa misma gratitud y la autocensura lo protegieron por décadas de críticas y miradas indiscretas hacia su vida personal, salpicada de amoríos a pesar de la reina o de amigos non gratos. Pero durante los últimos años algo cambió en España y el velo que parecía hacerlo intocable.
El maleficio del elefante
En abril de 2012 un desafortunado incidente que se hizo público pareció abrir definitivamente la caja de pandora de los males sobre la monarquía española.
Entonces tuvo que ser operado de una fractura múltiple de cadera que se produjo -según la informaciones publicadas por medios españoles- mientras se encontraba cazando elefantes en África.
En lo que coinciden los analistas es en que el episodio de Botsuana llegó en un mal momento para la monarquía española, que todavía está lidiando con las consecuencias de la crisis desatada por la implicación del marido de la Infanta Cristina, Iñaki Urdangarín, en una trama de corrupción.
Cuando estalló ese escándalo, la Casa del Rey tuvo el gesto de hacer públicas parcialmente sus cuentas por primera vez, como muestra de transparencia.
Para entonces, ya se había roto una especie de pacto no escrito, y la balanza de opinión, que hasta entonces lo estimaba como un popular monarca en su país y en Iberoamérica, se inclinó al otro lado.
Según una encuesta publicada en septiembre de 2013 por el diario El País, el 53 por ciento de los españoles desaprobaba la manera en que conducía sus asuntos como rey.
En otro sondeo de mayo pasado, la valoración de la institución de la Corona recibió un puntaje de 3,72/10.
Sin embargo, hasta ahora había resistido las presiones a hacerse a un lado, a tomar la decisión en estos momentos.
Según el jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, la decisión fue suya y nada más que suya.