La mayor huelga del sector ferroviario desde 1989, que coincide con otra en el metro de Londres, trastornó este martes el transporte en el Reino Unido, en una agria disputa laboral que puede alargarse en el tiempo y presagiar más paros de empleados del sector público.
En torno a 40.000 personas han sido convocadas por el Sindicato nacional de trabajadores ferroviarios, marítimos y del transporte (RMT, en inglés) a medidas de fuerza también el jueves y el sábado, que podrían continuar si no hay acuerdo con la gestora pública de la infraestructura Network Rail y los operadores privados de las líneas.
En esta jornada funcionó menos de un 20 por ciento del servicio de trenes y se suspendió la mayoría del metro, lo que conllevó aglomeraciones en los autobuses y congestiones de tráfico, a pesar de que muchos ciudadanos trabajaron desde casa.
El primer ministro británico, el conservador Boris Johnson, condenó la "innecesaria huelga" y defendió la posición de las empresas de que el sector debe "modernizarse", al tiempo que pidió al público que "aguante" las interrupciones porque "les beneficiará" la restructuración prevista.
Esta disputa, en la que el opositor Partido Laborista, vinculado al movimiento sindical, mantiene una postura ambigua, ha tomado un cariz político y amenaza con propagarse a otros sectores, como el sanitario y la educación.
EL GOBIERNO NO INTERVIENE
Inspectores, camareros, señalizadores y empleados de limpieza y mantenimiento protagonizan los paros de esta semana, que afectan a una veintena de líneas de tren (de 25 operadores, tres de ellos actualmente en manos del Estado) en Inglaterra, Gales y Escocia.
Paralelamente, los conductores ferroviarios, representados por el sindicato Aslef y en general mejor pagados, harán su propia huelga este jueves y el 2 julio en la línea de Greater Anglia y el 28 y 29 de junio y 13 y 14 de julio en Croydon Tramlink.
Los huelguistas piden descongelar sus sueldos con un aumento del 7 por ciento (por debajo de la inflación actual); que no haya despidos obligatorios como parte de la reforma anunciada y que se respeten sus condiciones laborales, ante los intentos de Network Rail y unos 13 operadores de empeorarlas.
La gestora, parte del ministerio de Transporte, y las franquicias ferroviarias, agrupadas en el Rail Delivery Group, quieren suprimir unos 2.500 empleos a poder ser de forma voluntaria a fin de sustituirlos por nuevas tecnologías, sobre todo en inspección de vías y taquillas, para ahorrar 2.000 millones de libras (2.300 millones de euros) en dos años.
RMT ha rechazado una oferta de ambas partes que planteaba un ajuste salarial del 2 % más otro 1 por cietno ligado a que aceptaran los cambios.
Tanto los laboristas -algunos de cuyos diputados han desafiado la línea oficial visitando piquetes- como el sindicato reprochan al gobierno que "boicotee" las negociaciones al no dar más margen de maniobra a Network Rail, que volvió a manos del Estado en 2002 tras ser privatizada como Railtrack en los años 90 del siglo XX.
El ministro británico de Transportes, Grant Shapps, reiteró hoy que la disputa la deben resolver "el empleador y los empleados" y confirmó que impulsará nueva legislación para exigir servicios mínimos en las huelgas y que se pueda contratar personal de agencia para reemplazar a quienes protestan.
PRESIONADOS POR EL COSTE DE LA VIDA
La estación de Liverpool Street, en el este de Londres, está medio vacía, con apenas un puñado de pasajeros saliendo o llegando en los pocos trenes disponibles, mientras las paradas de bus cercanas están abarrotadas.
Un grupo de trabajadores forma desde la madrugada un piquete en la entrada, desde donde reparten folletos y atienden a los ciudadanos interesados, además de aguantar alguna que otra imprecación de peatones frustrados.
"No pedimos un aumento masivo, solo no perder poder adquisitivo. No es justo que nos lo nieguen cuando las empresas ferroviarias han tenido una media de 500 millones de libras (582 millones de euros) de beneficios durante la pandemia", dijo a Efe un representante sindical, que prefiere mantenerse en el anonimato.
Una colega suya, separada y madre de dos hijos, explica que su gran temor es "llegar a trabajar un día" y que su empleo en la taquilla "ya no esté", y lamenta que el Gobierno y los empleadores pidan moderar los salarios para contener la inflación cuando los diputados y los ejecutivos "se los suben".
Por allí pasa Chekour, carpintero autónomo, que declaró a Efe que apoya a los huelguistas "porque el coste de la vida está subiendo" y "alguien tiene que plantarse".
Nina, empleada en una ONG, cree que "defender los derechos laborales es muy importante", tras conseguir llegar al trabajo en metro después de salir de casa con un margen de hora y media de tiempo.
Entre los que se oponen a la huelga está Eduards Jurevics, un letón de 39 años residente en Londres desde 2005, que opina que "deberían estar prohibidas".